La unidad habitacional en tiempos de COVID-19
Mi tía vive en una unidad habitacional ubicada en la delegación Iztapalapa, aledaña a Ciudad Nezahualcóyotl, uno de los 125 municipios del Estado de México en el que se registran altos índices de incidencia delictiva. Vive a unos metros de Cabeza de Juárez en la calle Emilio Azcárraga. Recuerdo haber pasado una parte de mi infancia en aquella unidad, a las vecinas y las veces que salí a jugar con niñas de otros condominios, de la unidad de enfrente, aún recuerdo a mi amiga Jennifer. Recuerdo —de manera muy particular— la mañana de un “sábado de gloria” en la que todos nos salimos con nuestras cubetas de agua para lanzarlas entre sí. Después de eso, regresé a Zacatecas y no volví un buen tiempo al monstruo que en aquél entonces llamábamos Distrito Federal. Yo tenía seis o siete años.
Fue en el 2014 cuando volví después de mucho tiempo, y el Distrito Federal dejó de ser distrito para llamarlo ahora Ciudad de México, que muchas veces, prefieren llamarla “cede-eme-equis”. Mi amiga Jennifer era madre soltera y tenía una hija, mi tío —su esposo— y su hija habrían fallecido con sólo unos años de diferencia, así que decidieron cambiarse de edificio al poco tiempo después. Todo era exactamente igual que como lo recordaba, los edificios, los vecinos, la delegación, todo.
Hace unos días, mi abuela estaba en una llamada telefónica con mi tía, la misma de la que escribo aquí. Ella y mi abuela son hermanas. Lo que días atrás había sido un debate sobre la supuesta “inexistencia” del coronavirus, la recesión económica y el dominio y control del mundo, se disolvió cuando notificaron a los vecinos que una mujer mayor de la unidad habría fallecido, ¿causa de muerte? COVID-19; tal parece que se trataba de un caso positivo que no había sido notificado a las instituciones de salud, nadie se había percatado de ello, por lo que sin atención y cuidados, falleció. Desde luego, el deceso alarmó al vecindario entero y fue la gota que el vaso derramó para darse cuenta de que habían múltiples casos positivos, entre ellos, la suegra de mi tía y su pareja, quién más tarde, ese mismo día, habría fallecido. Todo esto ocurrió el primero de mayo pasado, un día después de que en Zacatecas, las pizzerías y establecimientos de comida rápida se abarrotaran, sin medidas de protección, sin sana distancia, sin empatía, sin nada. Es preocupante el nivel de desinterés y sobretodo, de desinformación que predomina, donde millones de personas mueren de manera repentina y en todo el mundo, aún cuando muchos de ellos, se encuentran confinados; sin embargo, éstas muertes parecen ser aún una mentira y esto, el periodo vacacional más largo, el tiempo de celebración más (in)oportuno.
Ahora estoy lejos de tan caótica ciudad, con la incertidumbre de cuánto más durará este encierro y cuándo veré de nuevo a mi familia en aquel edificio.
Jessica Mireles