Consiguen el ADN de un insecto atrapado en resina, pero aún no puedes tener un dinosaurio
Hace 30 años, salía a la venta un libro que marcó la infancia, la adolescencia y la adultez de muchas personas. No importa cuántos años tuvieras cuando leíste Parque Jurásico o cuando viste las películas: posiblemente la historia te marcara. El amor de muchos niños por los dinosaurios surgió entre sus páginas. Incluso más de un paleontólogo actual puede decir que su vocación nació mientras leía aquel libro. Una trama cautivadora, en la que el pasado se entrelazaba peligrosamente con el presente, introducía al lector en una clase de ciencia e historia, tan apasionante que al terminar ni siquiera se daba cuenta de los muchos conceptos que había aprendido. Y todo empezaba con un insecto atrapado en resina.
Michael Crichton retrató la ambición humana a través de esta historia, en la que los dinosaurios se devolvían a la vida gracias al ADN extraído de un mosquito enterrado en resina fosilizada, más conocida como ámbar. Desde entonces, han sido muchos los intentos de reproducir lo que él describió en su obra. Ya no para clonar dinosaurios, sino simplemente para conocer más de nuestro pasado a través del material genético de las especies que poblaron el planeta. No es raro encontrar insectos en estas circunstancias. Muchos mueren al no poder escapar de la resina pegajosa de los árboles, que termina secándose, convertida en una cárcel perpetua. Sin embargo, ningún grupo de investigación ha logrado obtener el ADN de los pequeños reclusos que habitan en ella. O, al menos, no lo habían conseguido hasta ahora.
Otra historia que empieza con un insecto atrapado en resina
En la historia de Crichton todo salía a pedir de boca. Al menos hasta que la vida se abrió camino. Los científicos logran extraer sin problema el ADN de un mosquito atrapado millones de años atrás. Y, con él, el de alguno de los dinosaurios a los que había picado poco antes de su muerte.
Es literatura. En la realidad la ciencia es apasionante, pero normalmente los asuntos complicados no salen a la primera.
Han sido muchos los investigadores que han logrado extraer el material genético de algún insecto atrapado en resina o ámbar, pero finalmente han descubierto que en realidad ese ADN era el resultado de contaminación posterior al secado de la resina o durante la manipulación de las muestras. Otros, en cambio, sí creían haberlo conseguido, pero sus experimentos fueron irreproducibles. En ciencia, para que un experimento se considere válido debe poder repetirse el protocolo, con los mismos resultados. Por eso, se puede decir que hasta ahora nadie había logrado la hazaña con éxito.
Sin embargo, un equipo de científicos de la Universidad de Bonn, en Alemania, se ha enfrentado a estos hándicaps en su investigación, publicada recientemente en PLOS One.
Eso sí, aún es pronto para soñar con clonar dinosaurios por este método, pues en realidad sus “pacientes” han sido unos cuantos escarabajos ambrosía (Coleoptera: Curculionidae), que quedaron atrapados en la resina hace no más de seis años.
Un gran logro, a pesar de todo
Aunque pueda parecer decepcionante que se trate de muestras tan recientes, no deja de ser un logro. Nadie había conseguido obtener el ADN de un insecto atrapado en resina, ni siquiera hace unos pocos años.
Por eso, estos científicos decidieron realizar el proceso varias veces, con pequeñas variaciones en el protocolo. Para empezar, es frecuente usar cloroformo para disolver la resina. Sin embargo, cuando probaron con este método comprobaron que la concentración de ADN se veía muy afectada.
Otra sustancia presente en el protocolo parecía generar problemas. Se trata del etanol al 70%. Cuando realizaron el proceso incluyendo este paso, se daba una precipitación inadecuada del ADN, por lo que no podía extraerse correctamente. En cambio, si se utilizaba etanol por encima el 80% se eliminaba este problema.
Finalmente, lograron extraer el ADN. ¿Pero era del insecto atrapado en ámbar o de nuevo había contaminación? La respuesta a esta cuestión está en una técnica de biología molecular con la que la pandemia ya nos ha familiarizado: la PCR.
PCR para conocer la identidad del insecto atrapado en resina
La técnica PCR se utiliza en diagnóstico por su habilidad para detectar secuencias concretas de ADN. En el caso del coronavirus, si detecta una secuencia característica de su material genético (previamente ‘convertido’ en ADN), una proteína, llamada ADN polimerasa, comenzará a sacar copias, como si de una “fotocopiadora molecular” se tratara. Pero lo hace con la peculiaridad de que esas copias emiten fluorescencia, de modo que se puede detectar fácilmente.
En este caso, se seleccionó una secuencia específica de la especie concreta de escarabajo que se sabe que está atrapado en las muestras de resina, obtenidas de árboles de Madagascar.
Además, tuvieron en cuenta un detalle que podría marcar la diferencia con los experimentos fallidos anteriores. Y es que el ADN podría estar degradado, ya fuera previamente al proceso de extracción o durante este. Por eso, en vez de “indicar” a la ADN polimerasa la búsqueda de fragmentos largos de ADN, lo hicieron con varios fragmentos más cortitos. Se mantenía la especificidad, pero se tenía en cuenta una posible fragmentación. Así, comprobaron que, efectivamente, el material genético que habían obtenido era de esos insectos y que no se había dado contaminación.
En el estudio, señalan que esto sería complicado si se trabajara con especies extintas, ya que no se tendría clara la secuencia concreta que se debe buscar. Por eso, la configuración experimental incluye varios pasos de control de la contaminación en varias etapas del procedimiento.
¿Y ahora qué?
Las muestras de resina utilizadas en el procedimiento tenían seis y dos años. Observaron que la concentración de ADN hallada era indirectamente proporcional a su antigüedad; pero que, aun así, las diferencias no eran significativas.
Visto esto, esperan que su protocolo sirva para extraer ADN de algún otro insecto atrapado en resina o ámbar, tanto en muestras recientes como en otras mucho más antiguas. Según explican en un comunicado de su universidad, el agua se queda en las muestras de resina durante más tiempo del que pensaban y eso podría hacer peligrar la estabilidad del material genético. Por eso, planean refinar aún más la técnica, teniendo en cuenta este problema.
Queda mucho para que este procedimiento sirva para iniciar un Parque Jurásico real. Todo eso sin tener en cuenta las implicaciones éticas y los problemas técnicos que supondría.
Pero no está mal comprobar que, al menos, ese primer paso que describía Crichton en su novela puede existir fuera de sus páginas.