¿El cáncer realmente es una enfermedad “moderna”?
Usualmente escuchamos que enfermedades como el cáncer surgieron debido al estilo de vida de los humanos, pues nos hemos expuesto a factores ambientales nocivos para nuestro organismo, los cuales, además, fueron creados por nosotros mismos. Si bien es cierto que muchos de estos realmente sí influyen en la aparición del cáncer, la verdad es que esta enfermedad no es tan moderna como se cree.
En este sentido, hoy decidimos dar un paseo por la historia y hablaremos acerca de los descubrimientos relacionados con el cáncer.
Desde la prehistoria
Hace unos 76 millones de años, un dinosaurio de la especie Centrosaurus apertus falleció debido a una enfermedad. Gracias a la precisión de los métodos de investigación actuales, esta fue identificada como osteosarcoma en estado avanzado, es decir, cáncer de huesos.
Este hallazgo publicado en The Lancet Oncology es muy reciente y supone el primer caso confirmado de cáncer en los dinosaurios, pero no el más antiguo, pues antes de este se había encontrado un caso similar de una especie prehistórica, en un pez de la especie Phanerosteon mirabile del Paleozoico, hace más de 300 millones de años. Asímismo, en el año 2020 se encontró un tipo raro de cáncer llamado histiocitosis de células de Langerhans en un hadrosaurio que vivió en el Cretácico, por lo que esta enfermedad no era tan rara para las especies más antiguas.
En nuestros ancestros
Los primeros humanos también sufrieron de cáncer, aunque puede decirse que en menor medida. La prueba de ello la encontró un equipo de investigación sudafricano en el 2016 dentro de la cueva de Swartkrans. Ahí, los restos de un homínido que vivió hace 1.7 millones de años revelaron que padecía de osteosarcoma en un hueso de su pie.
Si nos vamos unos cuantos años más acá, en la época del antiguo Egipto, podemos encontrarnos con la primera descripción del cáncer en la historia. La elaboró un físico y arquitecto egipcio conocido como Imhotep, quien plasmó las características de ocho casos de cáncer de mama que fueron extraídos por cauterización. Uno de estos casos fue descrito como incurable porque el seno estaba “frío al tacto y con protuberancias”.
Le pusimos un nombre
A pesar de que ya sabíamos de la existencia de la enfermedad, no fue sino hasta el siglo V a.C. que Hipócrates, el padre de la medicina, le dio el nombre con el que lo conocemos hoy en día. Específicamente utilizó los términos carcinos y carcinoma como referencia a “cangrejo”, probablemente por su similitud del animal con la enfermedad, pues los tumores eran tan duros como sus caparazones.
En el siglo II d.C. se escribió el primer documento relacionado con el tratamiento de los tumores en el cáncer. Fue elaborado por Galeno, un médico griego, y este distinguía los tumores malignos de los demás. Los primeros eran llamados karkinos y los segundos, onkoi, el cual evolucionó al prefijo que conocemos hoy en día como “onco”.
Sustancias perjudiciales
Estudios preliminares de la época preindustrial aseguraban que el porcentaje de personas con cáncer era menor a 1%. Sin embargo, investigaciones posteriores ubicaron este número en una cifra hasta diez veces mayor.
Gracias a nuevas tecnologías que determinan diagnósticos utilizando más que solo conclusiones de evaluaciones visuales de los restos óseos, se determinó que entre 9% y 14% de los británicos de antes de la industrialización habían desarrollado cáncer. ¿La causa? Probablemente la exposición a otro tipo de elementos, como el humo del fuego en invierno, así como la edad, la genética y las mutaciones aleatorias.
Ya en el siglo XVI comenzó a comercializarse el tabaco en Europa, y con él, surgieron nuevas enfermedades derivadas de dicha sustancia nociva, pero la relación entre ambos no era algo obvio en la época. En 1713 Bernardino Ramazzini reportó que las monjas desarrollaban cáncer de mama con mucha más frecuencia de lo usual. Si bien inicialmente se atribuyó a que la causa era por la abstinencia sexual, unos dos siglos después gracias a las observaciones del escritor británico John Hill en 1760, se demostró que, en realidad, la causa podría ser el alto consumo de tabaco.
Luego de la revolución industrial también aumentaron los casos similares a los anteriores. Por ejemplo, en 1775 el cirujano inglés Percivall Pott observó un mayor porcentaje de cáncer testicular en los deshollinadores y acertó en que la causa estaba en el hollín. Dos siglos más tarde, se determinó que se debía al benzopireno, compuesto presente en el humo y el hollín.
En la búsqueda de respuestas
A partir de 1858 una serie de científicos se propuso encontrar la causa del surgimiento del cáncer, pero con un enfoque más biológico. En ese sentido, el científico alemán Rudolf Virchow propuso que la raíz del cáncer estaba en las propias células. Aunque tenía algo de razón en ello, también aseguraba que este se esparcía por el cuerpo como si fuera un líquido, lo cual no era cierto. Fue su colega Karl Thiersch quien acertó al decir que se esparcía debido a la metástasis.
Estas investigaciones llevaron a los cirujanos a aplicar medidas drásticas para estos casos. Así hizo William Halsted, uno de los grandes pioneros de la cirugía moderna, quien desarrolló la masectomía como solución al cáncer de mama. Este procedimiento inicialmente consistía en extirpar todo el seno, incluyendo partes del músculo y de la axila. Se le aplicó al 90% de las mujeres que fueron tratadas en Estados Unidos entre 1895 y 1970.
En 1902 el zoólogo alemán Theodor Boveri le dio forma a la primera teoría moderna sobre el cáncer, en la cual se proponía que las anomalías podían ser provocadas por factores químicos o infecciosos.
Cáncer en animales
Casi una década más tarde, en 1911, el médico Peyton Rous observó que había un virus cancerígeno que podía transmitirse entre los pollos. En 1960 ganó el premio Nobel por el descubrimiento del primer oncovirus.
Sin embargo, mucho antes del Nobel de Rous, en 1915, se llevó a cabo la primera inoculación de cáncer en animales. Ocurrió gracias a investigadores de la Universidad de Tokio, quienes aplicaron alquitrán sobre la piel de conejos.
Estalla la guerra
A raíz de las dos Guerras Mundiales, las investigaciones sobre el cáncer aumentaron. Los primeros objetos de investigación fueron los individuos afectados con el gas mostaza, pues este era capaz de aniquilar la capacidad de división de un tipo de células, lo cual dio pie a que este se utilizara como tratamiento del linfoma.
Gracias a estas observaciones, en 1958 ocurrió un hito en la medicina: el Instituto Nacional contra el Cáncer de los Estados Unidos (NCI) había curado el primer tumor sólido con quimioterapia.
Parte de nosotros
En 1976 Harold Varmus y Michael Bishop descubrieron que dentro de los humanos existen genes que estaban en el origen del cáncer, los denominados oncogenes. Una década después se descubrió que, dentro de nosotros, también hay genes capaces de suprimir tumores, llamados Rb.
En 1994 se lograron aislar los genes BRCA1 y BRCA2, los cuales producen proteínas supresoras de tumores. Desde entonces se desarrollaron pruebas que determinaban el porcentaje de riesgo de sufrir algunos tipos de cáncer, lo que se conoce como predisposición genética.
Desarrollando tratamientos
A partir del año 2013, con el surgimiento de la inmunoterapia, comenzaron a desarrollarse nuevos tratamientos posibles contra la enfermedad que aún hoy en día se están probando. En el caso de esta, por ejemplo, se está evaluando el papel del sistema inmunitario frente a los tumores, pero aún faltan investigaciones para determinar el avance que esta simboliza.
Por otro lado, desde el año 2014, se ha estado trabajando en vacunas preventivas contra la enfermedad, las cuales si bien se plantearon en el 2006 como una posible solución, aún se encuentran en proceso de desarrollo.
Entonces la respuesta a si el cáncer es una enfermedad nueva definitivamente es no. Sin embargo, si bien es cierto que nuestra exposición a distintas sustancias o ambientes pueden aumentar las probabilidades de padecerlo, estas no son las únicas causas posibles.
Y en cuanto al tratamiento contra el mismo, aún hay mucho camino por recorrer. Afortunadamente ya contamos con muchísimos años de historia e investigación al respecto, por lo que una cura definitiva probablemente esté más cerca de lo que creemos.