¿Por qué las personas tienden a creer en teorías conspirativas?
Las teorías conspirativas siempre han estado allí, pero con la revolución de los medios de comunicación se han extendido mucho más. Algunas de ellas podrían ser ciertas, muchas otras no tanto, pero sea cual sea el caso, siempre habrá quien las crea. Pero, ¿por qué pasa esto? ¿Por qué algunas personas tienden a creer en cada teoría conspirativa que surge?
Dar respuesta a estas preguntas no es sencillo, pero como de costumbre ahondaremos en la ciencia para hacerlo.
¿Qué son teorías conspirativas?
A lo largo de la historia, se ha despotricado contra ellas, pero es probable que muy pocos sean capaces de definirlas. ¿Qué son las teorías conspirativas? Son teorías alternativas y, por lo general, muy contrarias a las oficiales, usadas para explicar acontecimientos o cadenas de acontecimientos de alto impacto en diferentes aspectos de la vida humana.
Las teorías conspirativas surgen para desvelar la presunta verdad ocultada por los grandes entes y medios de comunicación, para omitir los peligros a los que nos exponen, las verdades absolutas que manejan y beneficiarse desde la oscuridad a expensas de la población.
Gracias a ello, algunas personas no convencidas de las versiones oficiales, fácilmente influenciables o con poca tendencia al análisis obtienen una sensación de control. Las conspiraciones pueden incluso proporcionarles las respuestas que han inquietado a la humanidad durante años.
La ciencia explica por qué muchos creen en teorías conspirativas
La respuesta para muchos serán simplemente “falta de educación”, pero no es tan simple. Muchos profesionales también suelen creerlas e incluso crearlas. La mente humana es tan compleja que atribuir esta tendencia a un solo factor es imposible.
En su lugar, Andrés Gantiva, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Los Andes, ofrece una explicación más fundamental de la cual pueden derivar otras:
Lo más probable es que las teorías ofrezcan un estado conocido como de facilidad cognitiva. Un proceso de pensamiento donde no se debe hacer mucho esfuerzo para llegar a conclusiones. Estas teorías tienden a ser muy rápidas, muy fáciles de comprender”.
En TekCrispy hemos abordado el tema en varias oportunidades; siempre con estudios que han logrado explicar por qué las personas tienden a creer en teorías conspirativas, haya o no evidencia de lo que plantean. Con base en ellos, presentamos los siguientes perfiles con mayor tendencia a creer “verdades omitidas” u “ocultas”.
Rasgos de personalidad comunes entre los creyentes de conspiraciones
Pero partamos de un estudio publicado en Journal of Personality en el que participaron cerca de 2,000 adultos. Sus resultados mostraron que los rasgos de la personalidad más asociados a creer en teorías conspirativas fueron: la presuntuosidad, la impulsividad egocéntrica, la ausencia de compasión, los niveles elevados de estados depresivos y ansiedad.
Psicoticismo: tendencia a creencias extrañas e ideas paranoicas
También surgió un patrón de pensamiento llamado psicoticismo o trastorno esquizotípico de la personalidad caracterizado por “creencias extrañas y pensamiento mágico” e “ideas paranoicas” que van más allá de las supersticiones habituales.
Egocentrismo, presuntuosidad y confianza excesiva en el instinto propio
Si bien tener criterio propio y confianza en nosotros mismos es vital para salir adelante, hay una regla que parece aplicar para todo en la vida: el equilibrio. La impulsividad, la arrogancia y la presuntuosidad son tres rasgos necesarios pero muy peligrosos por su potencial de alimentar sesgos que impiden ver la realidad o por lo menos evitar paranoias.
Hablamos de ello en nuestro artículo sobre el efecto Dunning-Kruger en el que las personas que menos saben tienden a regodearse de su conocimiento y a desdeñar contra los demás (incluidos los más capacitados). Las personas que creen ciegamente en las teorías conspirativas suelen encajar bien en este perfil, y tildan de ingenuos e indolentes a otros por no pensar igual.
De hecho, un estudio reciente reveló que aquellos que se dejan llevar más por su instinto que por el pensamiento analítico son más propensos a creer estas “verdades ocultas” y compartir información errada en Internet.
Cinismo, sadismo y desconfianza en el sistema
En este orden de ideas, otra investigación reveló que las personas que encajan con comportamientos manipuladores, cínicos, sádicos, crueles o abusadores son más propensas a creer en explicaciones no oficiales.
Puede que, en parte, se deba a que estos mismos rasgos, que los hacen desagradables a otras personas, los vuelvan excesivamente desconfiados. Para ellos, creer en las teorías conspirativas constituye una forma de retomar el control y la confianza, dos intereses muy arraigados en nuestra indiosincrasia.
Exposición prolongada al estrés y estado mental alterado
Un estudio realizado por el profesor Viren Swami, de la Universidad Anglia Ruskin, también halló evidencia de que las personas que experimentan mayores tasas de estrés son más propensas a creer en conspiraciones. Una explicación podría ser que el estrés puede alterar el estado mental y promover el pensamiento instintivo para buscar respuestas o soluciones rápidas dejando de lado el análisis.
Adoctrinamiento y fanatismo religioso y político
Además, las religiones, el lavado de cerebro de gobiernos altamente populistas y el adoctrinamiento pueden tener una cuota de responsabilidad en ello. Y aunque suene irónico, el mismo escepticismo hacia todo esto, en el contexto de una sociedad que lo impone, puede aumentar la desconfianza en cualquier versión oficial de algún acontecimiento.
El mismo pastafarismo, una religión paródica, lo plantea en sus “mandamientos” que apuntan al rechazo de los dogmas habituales. Otra investigación de Swami halló evidencia de ello al identificar un vínculo entre la tendencia a creer en teorías conspirativas y la propensión a rechazar el pensamiento común y a cuestionar el orden tradicional o actual.
¿Las teorías conspirativas siempre son infundadas?
Es un hecho que los medios de comunicación han permitido que las explicaciones alternativas a lo que pasa en nuestro mundo lleguen a muchas más personas. Y aunque en su creencia influyen muchos factores, hay una realidad que, en ciertos casos, la justifica, y lamentablemente está fuera de nuestro control.
Durante mucho tiempo la humanidad ha estado en busca de una verdad absoluta, pero es probable que nunca la encontremos. La relatividad nos ha ayudado a cuestionar nuestras propias creencias y a comprender que hay diferentes versiones que pueden ser ciertas de forma simultánea.
Pero si nos limitamos a los hechos, la incapacidad de los entes de poder de ofrecer evidencia sólida a las personas o de probar que no están inmiscuidos en negocios turbios, también deja vacíos que las teorías conspirativas suelen llenar y terminan por satisfacer a los perfiles más vulnerables.
Si bien hay organismos de renombre que se encargan de dar información oficial, el escepticismo humano, la desconfianza del público en el sistema, en los gobiernos y en su capacidad de velar por los intereses de la mayoría constituyen bases más o menos válidas para rechazar las explicaciones oficiales.
Algunas teorías que resultaron ciertas
Continuando con la idea, una de las razones por las que muchas personas tienden a desconfiar de las versiones oficiales, e incluso de la ciencia, es la cantidad de trapos sucios inicialmente negados pero que posteriormente salieron a la luz. Y es que algunas teorías conspirativas han resultado ciertas, o al menos, parte de ellas.
Como ejemplo, el proyecto Sunshine, acusado de recolectar tejidos y huesos procedentes de cadáveres de bebés humanos para evaluar los efectos de las pruebas atómicas. La polémica derivó de su clandestinidad. También el caso de espionaje del gobierno estadounidense revelado por Edward Snowden.
Pero algunos casos no se remiten a teorías conspirativas como tal, sino a hechos contundentes y poco éticos que han dejado huella en la historia. El ensayo de Puerto Rico para probar la efectividad y seguridad de las píldoras anticonceptivas es otro ejemplo.
De muchas otras no hay evidencia
Una encuesta del Centro Annenberg de Políticas Públicas de la Universidad de Pensilvania reveló en septiembre de 2020 que más de uno de cada tres estadounidenses cree que el coronavirus fue diseñado en China como un arma biológica.
Otra tercera parte de ellos cree firmemente que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) ha mentido y exagerado la gravedad de la COVID-19. Para entonces, el argumento era que la emergencia era parte de un plan para socavar la confianza del público en el presidente Donald Trump en vísperas de las elecciones.
La misma inteligencia estadounidense descartó que el genoma del SARS-CoV-2 tenga algún atisbo de diseño intencional. Hasta ahora, la teoría más aceptada es que el coronavirus causante de la pandemia del siglo XXI se originó en los murciélagos. Lo que sigue siendo un misterio es cómo saltó a los humanos.
Si vamos un poco más atrás, nos encontramos con teorías muy populares que afirman que somos gobernados por reptilianos, que el hombre nunca llegó a la Luna y que, de hecho, la Tierra en realidad es plana. Nada de esto ha sido probado, y si acaso ha sido así, los argumentos o “evidencia” no han sido convincentes.
Equilibrio entre pensamiento analítico e instinto
En definitiva, es una realidad que a la mayoría le gustaría encontrar respuestas concisas a todas sus preguntas. ¡Cuánto más si estas coinciden con lo que sospechábamos!
Y, en general, no está mal cuestionarnos pues, de cierta forma, esta es la base de la ciencia. Sin embargo, muchas teorías conspirativas no resultan del cuestionamiento ni del pensamiento analítico, sino de sesgos o atajos del cerebro para dar respuesta pronta a lo que lo inquieta.