¿Qué tan radiactivo es el cuerpo humano?
Cuando hablamos de radiactividad, se encienden los temores porque es bien sabido que el cuerpo humano es vulnerable a ella. El accidente de Chernóbil dejó una huella en la historia que no se borrará hasta dentro de miles de años. Asimismo, los rastros de las pruebas atómicas realizadas por Estados Unidos décadas atrás en Islas Marshall.
Pero si no fuera por los desastres radiactivos que hemos visto, incluidos los causados por fenómenos naturales como los tsunamis, ¿no estaríamos expuestos a ellos? ¿Qué pensaría Marie Curie sobre ello? Pues bien, para sorpresa de muchos, nuestro cuerpo también contiene radiactividad, solo que no en niveles tan peligrosos. Te explicamos.
¿Qué es la radiactividad?
Vayamos por partes. La radiación ocurre cuando un objeto emite energía a través de partículas u ondas. Lo vemos y sentimos a diario cuando nos exponemos al sol, por ejemplo, y sabemos que es necesaria para la vida en la Tierra, pero también puede ser nociva.
En cambio, el término radiactividad se usa concretamente para la emisión de ondas de muy alta energía. Estas pueden ser electromagnéticas, como los rayos gamma, o consecuencia de la emisión de partículas subatómicas como los rayos alfa y beta de parte de materia radiactiva.
Aquí es importante hablar de los isótopos, formas de un mismo elemento de la tabla periódica que contienen diferentes números de neutrones en sus núcleos. Algunos son estables, pero otros son inestables, lo que los hace radiactivos. Incluso hay elementos que existen solo en forma inestable, como el uranio, altamente radiactivo.
¿Qué tan expuesto está el cuerpo humano a la radiactividad?
Los grandes accidentes (y ataques) de energía nuclear que han ocurrido en la historia nos han dejado claro que la radiactividad es peligrosa para la vid aen la Tierra. La ciencia afirma que las ondas y partículas de alta energía pueden dañar las células expuestas a ellas.
Pero los humanos no solo nos hemos expuesto a la radiactividad a través de bombas atómicas y plantas nucleares. El medio ambiente está repleto de isótopos y elementos radiactivos y nos exponemos a ellos a través de las plantas, los alimentos, el agua y el aire.
Las mayores fuentes de radiactividad en nuestro cuerpos lo constituyen las trazas de carbono 14 y potasio 40. Y aunque estos isótopos constituyen la mayor parte de la radiactividad en el cuerpo humano, apenas ingerimos alrededor de 0,39 miligramos de potasio 40 y 1,8 nanogramos de carbono 14 cada día.
Por supuesto, algunos alimentos tienen concentraciones más altas de ciertos isótopos radiactivos en comparación con otros. Sin embargo, según la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU., la exposición a estos niveles “naturales” no aumenta significativamente los riesgos para la salud relacionados con la radiatividad.
Otras formas de exposición a la radiactividad
También hay otras formas de exposición de las que poco se habla, pero que pueden ser aún más significativas. Por ejemplo, las personas que viven en sótanos sin ventilación y con grandes cantidades de granito (rico en radio), exponen su cuerpo a la radiactividad. También absorben mucho más radón, gas radioactivo e inodoro que se produce de forma natural en el medio ambiente, e isótopos secundarios asociados, como pasó con Stanley Watras en 1984.
Y, por supuesto, parte de la radiactividad de nuestro cuerpo se debe a actividades pasadas, como las pruebas de armas nucleares durante las décadas de 1950 y 1960. Durante su realización se liberaron pequeñas cantidades de estroncio 90, y Fukushima y Chernobyl liberaron algo de cesio 137 y cesio 134.
Cabe destacar que los isótopos radiactivos que ingerimos son también un resultado de los procesos naturales del universo. Por ejemplo, el potasio 40 ha existido en su forma natural desde antes de la génesis de la Tierra, por lo que se le considera un nucleido primordial. Por fortuna, estos tardan tanto en descomponerse que son prácticamente los mismos que hace miles de millones de años.