“Te llevaremos a la fuerza y serás nuestra esposa”: la mujer afgana que huyó de su país y ahora busca en Chile “un futuro luminoso”
Por BBC Mundo
En mes y medio la vida de Zainab Momeny dio un vuelco.
Tras la llegada al poder del Talibán en Afganistán, pasó de ser una exitosa profesora a pensar en el suicidio.
De vivir en la pacífica ciudad montañosa afgana de Bamiyán a escapar por tierra a Pakistán, para finalmente llegar a Chile como refugiada gracias a su hermana.
“Estaba desesperada, tan llena de miedos e incertidumbres que dejaba una ventana abierta en el tercer piso de la casa donde me acogieron (en Kabul, la capital). Si los talibanes querían llevarme, yo me lanzaría para quitarme la vida“, cuenta Zainab a BBC Mundo en Santiago.
Zainab, de 33 años, nació en Irán. En 2003, a los 15 años, llegó a Afganistán, país de sus padres. A los 19 la casaron con un hombre al que no amaba y del que se divorció en 2017.
Mujer de clase media acomodada, estudió Psicopedagogía en la Universidad de Kabul y un máster en Psicología en Chipre.
Y en apenas 10 días de agosto, coincidiendo con la retirada de tropas estadounidenses tras 20 años en el país, el Talibán recuperó el país.
Entonces Zainab sintió la amenaza que suponía también para ella el retorno del radicalismo. Especialmente porque era una mujer que daba clases en la universidad y en una escuela construida por Estados Unidos.
“Daba cursos de Comunicación sin Violencia, de cómo proteger a los niños del abuso sexual”, recuerda de su trabajo en Bamiyán, una ciudad que era referente cultural y de las artes, paradigma de todo lo que el Talibán condena.
“Mis alumnos son mi gran pérdida. Siento que los abandoné”, reflexiona ya segura en Santiago de Chile.
Atrás quedan ya las amenazas de hace apenas unas semanas.
“Empecé a recibir llamadas de desconocidos a mi celular diciendo que darían mi nombre a los talibanes. También mensajes de texto: ‘Te estamos buscando, te llevaremos a la fuerza y serás nuestra esposa'”, recuerda.
“Cambié tres veces mi número y aun así seguían llegando las advertencias: ‘Vayas donde vayas, te vamos a encontrar'”.
Zainab, divorciada, sin hijos, universitaria y de la etnia hazara, perseguida durante décadas por los radicales, era considerada una infiel.
Por eso decidió huir.
“Antes de ser asesinada, violentada en mis derechos, tomada como botín de guerra o que no me dejarán nunca más enseñar, tomé la decisión de abandonarlo todo y cruzar la frontera hacia Pakistán”, cuenta.
Mientras tanto, su hermana Zahra Habibi, estudiante de Medicina radicada en Chile hace 14 años, movía todos los hilos a su alcance para que Cancillería chilena salvara la vida de Zainab.
Camino de Pakistán
La madrugada del 17 de agosto, Zainab y seis amigos tomaron el bus más barato y desvencijado rumbo a Kandahar, la cuna espiritual y lugar de nacimiento del Talibán.
Habían conseguido el contacto de un traficante de migrantes que los haría cruzar a Pakistán por el paso sureño de Spin Boldak.
“Me puse un vestido largo, modesto, que me cubría hasta los tobillos. Encima, un gran velo que me tapaba casi por completo, excepto los ojos. Debajo tenía puesto un pantalón al que le había cosido por dentro un bolsillo a la altura del muslo para esconder mi pasaporte, el dinero y mi celular”, relata.
En su bolso, solo unas medicinas, dos mudas de ropa, toallas de papel, el cargador del teléfono, agua y galletas.
“Decidimos con mi amigo Mansoor* que seríamos matrimonio. Antes de partir ensayamos decenas de veces preguntas y respuestas, por si nos atrapaban”, cuenta.
“El bus iba lleno de pasajeros de todas las etnias, sentados hasta en el suelo. Los niños más pequeños orinaban dentro. Del techo nos caía polvo. El calor era insoportable. Todos teníamos ganas de vomitar”.
“A ratos corría la cortina de la ventana y veía rastros de violencia por doquier: ropa tirada, zapatos, casquillos de balas, restos de autos-bomba calcinados acompañados siempre del terrible silencio”.
Avanzaban a paso lento por una carretera sorteando enormes baches, destruida por las sucesivas guerras, el peso de los vehículos militares y la metralla. A los costados de la ruta, las montañas, el desierto y los talibanes en sus camionetas siempre vigilantes.
En alto su bandera blanca -del actual Emirato Islámico- que en letras negras reza: “Alá es el único dios y Mahoma es su profeta”.
“Pasamos nueve controles talibanes. Los hombres subían al bus con el rostro tapado. Nos miraban directamente a los ojos, uno por uno, como tratando de reconocer a alguien. Se me cortaba la respiración, sudaba como si me hubieran tirado agua encima, me sentía aturdida”, dice Zainab.
“A los hombres siempre los bajaban del bus para un interrogatorio y las mujeres nos quedábamos arriba. Mi amiga Fareeda* y yo éramos las únicas mujeres con velo. Las demás llevaban burka, con el que solo puedes mirar por una rejilla”.
Once horas después, ya de noche, llegaron a Kandahar.
“Vi un par de negocios pequeños abiertos. No había gente en las calles ni ruido en las casas. Era como si nadie viviera ahí. Nos quedamos unas horas en un hospedaje ruinoso con muy malas condiciones sanitarias. Por fin pudimos prender nuestros teléfonos y contactar a quien nos cruzaría a Pakistán”.
De Kandahar a la frontera
La aduana de Spin Boldak es la más concurrida del país. Conecta Afganistán -sin salida al mar- con la carretera que lleva al puerto pakistaní de Karachi, a orillas del mar Arábigo. Su contacto se encargaría de hacerlos cruzar.
“Los conductores sabían quiénes éramos. Cambiamos una y otra vez de auto -unos pequeños vehículos de tres ruedas, populares en India-. No sabíamos quién nos llevaba ni quién era el encargado. Sólo obedecíamos”, comenta.
“El último conductor les entregó solo a los hombres los papeles falsos que acreditaban su residencia en Pakistán“.
Zainab relata que se pusieron en la fila junto a otros miles de afganos. Familias con niños, enfermos, ancianos. Todos cruzaban a pie la frontera.
De siete horas fue la espera.
“Me dolió escuchar de boca de un soldado pakistaní decir que en su país no hay espacio para los hazaras. Igual que los Talibanes, ellos llevaban látigos hechos de madera. Con eso daban fuertes golpes a los hombres y a veces, a las mujeres, para controlar la multitud”, cuenta.
El 18 de agosto, el grupo de amigos por fin entró a Pakistán.
Mientras, en Chile, su hermana Zahra avisaba a Cancillería del paradero de su hermana y de su condición de migrante ilegal en Pakistán.
La subsecretaria de relaciones exteriores chilena se puso en contacto con el embajador argentino en Pakistán, Leopoldo Sahores, quien puso en regla el estatus migratorio de la académica y la fue a buscar personalmente.
El 7 de septiembre, Sahores entró “a un barrio pobre y muy peligroso de la ciudad de Quetta. Llegó en un auto negro de las autoridades, escoltado por policías”, rememora Zainab, agradecida.
“Él me acompañó al aeropuerto y estuvo conmigo hasta que partí rumbo a Dubái“.
De allí viajó a París y luego, a Santiago.
El pasaje había sido comprado por médicas que integran la asociación chilena “Doctora Mamá”, donde Zahra, la hermana de Zainab, es amadrinada por catorce de sus integrantes.
“En el avión a Chile me sentía inmensamente feliz. Pensaba que aún queda humanidad en el mundo y la pude palpar”.
El 10 de septiembre Chile recibió a su primera refugiada afgana.
“Mi futuro es luminoso”
Varias semanas lleva ya Zainab en Chile.
Se aloja en el departamento de una de las madrinas doctoras de Zahra.
“Chile es muy valioso para mí. El cariño de estas personas me devolvió la motivación de vida. Me enfrento a un desafío lingüístico, para trabajar y vivir aquí. A esta edad, tengo que recuperarme rápido de lo que perdí. Volver a ser independiente y estudiar”, dice ya pensando en el futuro.
Su deseo sigue siendo el de hacer un doctorado en Psicología del Comportamiento, para lo que sueña con ir a un país de habla inglesa porque no sabe español y ve el idioma como una barrera.
“Debo aprovechar cualquier oportunidad de continuar mi educación lo antes posible. Ese objetivo no está olvidado. Es lo primero a lograr”.
“Si no resulta, quiero emigrar a un país que reciba a mujeres afganas vulnerables”, afirma.
“Quiero ser la voz de las mujeres y niñas de mi país. Ayudar a salvar las vidas de víctimas de guerra. Pueden pensar que soy idealista. Pero vi y sentí la amargura de un conflicto sin fin, la discriminación y la extrema violencia”.
De noche, mientras duerme, lo vivido en las últimas semanas le vuelve a la cabeza.
“Me despierto sobresaltada y me digo: tranquila, estás en Chile”.
Zainab quiere ya dejar atrás las últimas semanas de temor.
“Sé que mi futuro es luminoso, porque estoy decidida a que sea así y no estoy sola. Mi más bello sentimiento proviene del orgullo de ver qué gran mujer es mi hermana y de la alegría del reencuentro después de 14 años. Ella salvó mi vida del peor de los destinos”.