Vivir cerca de zonas verdes evita que nuestro cerebro se enferme

Observar la naturaleza siempre es positivo. Nos ayuda a reducir el estrés y la fatiga casi de forma instantánea, lo que hace que nos sintamos a gusto. Sin embargo, muchos gobiernos subestiman el impacto que tienen las zonas verdes en nuestro cerebro, y pasan la mayor parte de sus mandatos erigiendo grandes ciudades que terminan siendo perjudiciales para nuestra salud.

Por fortuna, el IMIM-Hospital del Mar de España publicó recientemente cuáles son los peligros ambientales de los entornos urbanos, y más importante, cómo contrarrestarlos con ayuda de la naturaleza. 

Las zonas verdes son importantes en las ciudades

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Los datos de su investigación revelan que las personas que viven cerca de zonas verdes son un 16% menos propensas a sufrir derrames cerebrales. 

Para dar con ello, el equipo de médicos analizó los datos residenciales de más de 3,5 millones de adultos en la región de Cataluña, y los comparó con sus registros médicos. El resultado fue una cifra: 300 metros. Básicamente, todos los que disponían de espacios verdes a 300 metros a la redonda, o menos, lucían un cerebro sano. 

Caso contrario al de aquellos que vivían en urbes centrales o en grandes apartamentos, quienes presentaban una mayor presión arterial y concentración de cortisol en sangre. Ambos factores de riesgo que podrían desencadenar un accidente cerebrovascular en cualquier momento. 

¿Por qué el cerebro se siente mejor entre flores y hojas?

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La naturaleza sigue patrones simples y repetitivos para replicarse, conocidos como patrones fractales. Estos son los mismos que utilizan nuestros ojos para interpretar lo que vemos a diario. Por tanto, ver la naturaleza nos resulta menos fatigante que, por ejemplo, ver grandes edificaciones superpuestas entre sí. 

Gracias a esto, nuestro cerebro es capaz de descansar de todos los estímulos de la vida urbana. Lo que se traduce en una reducción significativa del estrés, que es la principal causa de problemas cerebrovasculares en el mundo.

Por no mencionar que, la amplitud de estos espacios verdes, ofrece también a las personas la posibilidad de estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio, que está demostrado que contribuye a proteger nuestros cerebros.

Sin embargo, el mayor beneficio que nos brindan estos espacios es purificar el aire de las ciudades, el cual cada día está más contaminado.

El aire puro es fundamental para el cerebro

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El equipo también analizó tres contaminantes atmosféricos presentes en el aire de las ciudades modernas: dióxido de nitrógeno (NO2), micrones (PM2,5) y partículas de hollín. Todos ellos considerados responsables de generar accidentes cerebrovasculares, de acuerdo con diversos estudios científicos.

 

Curiosamente, ninguno de estos gases se encontraron en las zonas verdes, a pesar de estar dentro de las ciudades.

Los investigadores creen que esto se debe a que, en zonas verdes, las plantas segregan una mayor cantidad de oxígeno, lo que puede reducir la concentración de otras sustancias tóxicas para el cerebro. 

Lo que quiere decir que las zonas verdes son actualmente los únicos espacios de aire puro en las grandes ciudades.

Encaminados a crear ciudades sustentables

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Los hallazgos de este estudio traen nuevamente a debate la idea de crear “ciudades sustentables”, en donde las personas puedan vivir sin que eso suponga un riesgo para su salud. 

Solo que, a diferencia de otros estudios, los investigadores del IMIM-Hospital del Mar no le están pidiendo a los gobiernos grandes esfuerzos, como que reduzcan el uso de vehículos o que abandonen la tecnología.

En su lugar, piden algo tan simple como implementar más zonas verdes en las grandes ciudades para reducir el riesgo de accidentes cerebrovasculares y otros trastornos en el cerebro. 

“Dado que se prevé que la incidencia, la mortalidad y la discapacidad mental aumenten en los próximos años, es importante conseguir ciudades cada vez más sostenibles”.

Carla Avellaneda, del IMIM-Hospital del Mar en Barcelona, ​​España.

Actualmente es importante vivir en zonas urbanas, pero desgraciadamente, el precio a pagar parece ser nuestra salud. Una realidad que esperemos que pronto deje de ser así.

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