¿El ser humano valora la libertad?
Para el ser humano, la libertad suele ser un derecho fundamental que le acompaña desde que tiene conciencia sobre su existencia. Tan trascendental que simplemente no se discute.
Vivimos atados a la idea de que el “ser humano es libre por naturaleza”, por lo que en muchos casos este concepto acaba siendo un leitmotiv que justifica las guerras o impulsa la esperanza en tiempos de pandemia. Sin embargo, la libertad no es precisamente un derecho como la salud o la educación, que son algo independiente de nuestro ser.
La proposición “eres libre” depende de lo que cada persona valore como libertad dentro su mente. Para algunos eso puede ser “hacer lo que te llene el alma“, mientras que para otros simplemente es comer mantequilla de maní todos los lunes.
Hay tantos tipos de libertades como personas en el mundo, por lo que antes de hacer afirmaciones sobre qué somos y qué no, deberíamos preguntarnos si realmente sabemos lo que es la libertad.
¿Qué es la libertad?
Históricamente, la libertad se dio a conocer por los estoicos, quienes la veían como la capacidad que tiene cada persona para despojarse de las ataduras que lo atormentan y aprender a ser feliz. Sin embargo, esta visión solo habla del aspecto social y político de la libertad.
Viéndola desde el plano personal, la libertad es más un valor que un derecho. Es decir, es la capacidad que tenemos de ser nosotros mismos y de reforzar nuestro autoconocimiento. Por tanto, los seres humanos no pueden tener libertad física si están atrapados en sus pensamientos, o viceversa.
En este sentido, la libertad depende de tres aspectos fundamentales:
- Primero, lo real o tangible. Algo que vemos como valioso positiva o negativamente, como por ejemplo nuestra casa, a una persona querida o un lápiz para dibujar.
- Segundo, la propiedad. Básicamente cómo se relaciona ese tangible con nosotros. ¿Es alcanzable? ¿Nos pertenece? Por lo general mientras más lejos esté más valor tendrá para nuestra mente.
- Y por último, la voluntad de alcanzarlo, o vivirlo.
En esencia, para hablar de libertad es necesario que exista un portador (sujeto) de valor, un valor y la actitud humana.
Sin embargo, lo curioso de la libertad personal es que constituye nuestra esencia como seres humanos, a diferencia de la libertad física. Solo cuando la mente es libre, es cuando se pueden desarrollar los tres grupos de valores básicos de la conciencia: los morales, los estéticos y los religiosos.
Por tanto, la libertad es el valor que nos permite entender “qué se debe hacer” y “en qué se debe creer”. En otras palabras, qué es lo que da sentido a nuestra vida. De allí que la libertad sea tan variable, y cada quien la interprete de acuerdo a sus experiencias.
El ser humano valora la libertad en los peores momentos
Lamentablemente, el ser humano solo es consciente de esta libertad personal cuando está privado de la física. Ya sea por culpa de una sentencia penitenciaria, el aislamiento sanitario, o la discriminación.
“Nunca como entonces supe cuánto el alma es libre en las más amargas horas de la esclavitud”.
José Martí, poeta y político cubano que pasó gran parte su vida en prisión
Solemos valorar más la libertad en estas situaciones debido a que nos hacen replantearnos el sentido de nuestra existencia, en la mayoría de los casos, de forma negativa. Esto genera en nuestra mente un sentimiento desagradable conocido como “frustración existencial”, que nos permite ver conscientemente lo que nos hacía libres y felices antes.
Es por eso que las personas que viven este tipo de experiencias por mucho tiempo suelen cambiar radicalmente su personalidad.
“Yo veo a esta población como gente viviendo el momento, viviendo el día a día. No tienen muchas expectativas de vida pues hoy están aquí, pero mañana no se sabe”.
Alba Cisneros, psicóloga Universidad Católica de Ecuador
¿Qué pasa en la mente de la persona que está privada de libertad?
Las personas condenadas a prisión son quizás el mejor reflejo de lo que es “no saber que era la libertad antes de perderla”. Esto debido a que la experiencia de ser prisionero es sumamente dolorosa y, como reacción natural del hombre frente al dolor, el preso decide aislarse y evitar comunicar lo que realmente siente.
De este modo, corre el riesgo de perder gran parte de sus facultades sociales, adoptando un estilo de vida primitivo y siendo incapaz de reaccionar emocionalmente a lo que acontece.
“La gente me pregunta si estoy loco o no… No me volví loco, pero si pasas 23 horas al día en una celda de 2 por 3 metros, da igual el aspecto que tengas por fuera, no estarás cuerdo”.
Robert King, un preso que entró en una celda de aislamiento de la penitenciaría Angola, en Louisiana
Las penitenciarías no promueven un clima social agradable, porque no buscan satisfacer a los presos. Su objetivo como institución es imponer reglas que ayuden a estas personas a cambiar sus pensamientos y hábitos delictivos para que puedan adaptarse a los de la sociedad. Es decir, se rigen por la idea de libertad política y social, lo que hace que dentro de estas prisiones haya una carencia de libertad personal.
Aunque no seamos conscientes de ello, los seres humanos necesitan libertad personal. La necesidad de obtener satisfacciones por su cuenta y ser diferente al resto es algo con lo que vivimos cada día, por lo que entrar en un proceso normativo en el que se les impone poco a poco un papel acaba por desvincular a estas personas de su yo anterior. Lo que a su vez genera una nueva identidad en mente, “el yo frustrado” que ya no le encuentra sentido a su existencia sin la libertad física o la personal.
En consecuencia, la privación de libertad puede llevar a las personas a desarrollar desde estados de ansiedad y vulnerabilidad, hasta adicción a drogas y suicidio.
Por supuesto, este efecto no siempre ocurre de la misma forma. Dependiendo de las condiciones sociales, laborales y económicas de la persona, su edad, sus circunstancias penales o su personalidad, el daño que produce la privación de libertad puede cambiar. Pero aunque el único síntoma visible sea la depresión, muy dentro de estos seres humanos ha ocurrido un gran cambio con respecto a la libertad personal.
A diferencia de nosotros, estas personas han aprendido a valorar las pequeñas cosas y ser libres en cuestiones poco convencionales. Como por ejemplo los hobbies, la comida o la lectura. Lo que para los psicólogos sería un gran ejemplo de desarrollo de la conciencia si no fuera porque la privación de libertad afectó otras capacidades humanas.
¿Se puede ser libre de nuevo luego de tener una experiencia así?
Al estar en aislamiento, las personas pierden las facultades vitales y sociales necesarias para equilibrar su libertad personal y su libertad social. En consecuencia, al salir de prisión, la mayoría siente que son marginados, aislados y hasta humillados, por lo que prefieren llevar vidas más solitarias.
Un estudio de 2009, publicado en el Nature Neuroscience, reveló que el sistema nervioso simpático de los presos está siempre trabajando para asegurarse de que la persona pueda estar lista para defenderse o huir. Incluso después del encierro, esta sensación puede permanecer en el cerebro por un año, debido a la cantidad de adrenalina y norepinefrina que tuvieron que segregar. Por lo tanto, muchas de estas personas siguen privadas de libertad en su mente.
Es por eso que muchos los ex prisioneros suelen enfocarse en las pequeñas cosas que les dan satisfacción y tranquilidad.
Visto así, es muy difícil que las personas recuperen la valoración de la libertad que tenían antes de ir a prisión. Fundamentalmente, porque ahora se sienten libres cuando se desconectan por completo de la realidad.
Sin embargo, los psicólogos están desarrollando nuevas técnicas dentro de las penitenciarías para ayudar a que su mente se libere antes de salir de prisión. De tal manera que, aunque desarrollen un nuevo yo con una concepción de la libertad, sus relaciones con otros no se vean perjudicadas. Porque sí, aunque nos cueste admitirlo, vivimos en una sociedad en donde la libertad es simplemente el derecho que tienen las personas de actuar, pensar y hablar de lo que quieran.
Lo ideal sería que los gobiernos reconocieran que la libertad es algo existencial primero, porque el ser humano elige lo que hace con su vida y lo que le da la libertad. Pero por desgracia esto no suele ocurrir, ya que las jurisdicciones sienten que deben regular a sus ciudadanos para mantener el orden. De la misma forma que ocurre dentro de las penitenciarías.
Así que, respondiendo a la pregunta inicial sobre si los seres humanos valoran la libertad, la respuesta sería sí. Pero solo cuando son conscientes de lo que es su libertad personal. Si se guían únicamente por lo que las normas dicen que es la libertad de expresión, de opinión, de asociación, de culto y de elección, entonces puede que estén todavía privados de libertad en su mente.