Así se descubrió el LSD: un “pequeño monstruo” accidental que hizo historia
La dietilamida de ácido lisérgico es ahora una droga psicodélica ilegal que se utiliza principalmente para fines recreativos. Pero hace 79 años, cuando esta sustancia semisintética salió al mercado, era un tratamiento médico legal y bastante cotizado en la comunidad científica.
Su creador, el químico suizo Albert Hofmann, fue la primera persona en la historia que sufrió los efectos del LSD. Así como el primero en llamarla “pequeño monstruo”. Sin embargo, muchos piensan erróneamente que su descubrimiento formó parte de una táctica militar para ganar la Segunda Guerra Mundial, cuando el LSD, en realidad, fue una de las sustancias más inesperadas para la humanidad.
De los laboratorios al movimiento hippie
Mientras Estados Unidos trabajaba en las bombas atómicas, Albert Hofmann se había dado a la tarea de curar la migraña. El químico buscaba simplemente un agente vascular que le ayudara a relajar los músculos y el dolor, por lo que probó con diferentes hongos alucinógenos. Estos eran conocidos en la época por su capacidad de entumecer el cuerpo, crear confusión y bajar la presión sanguínea.
Así llegó a los Claviceps purpurea. Un par de hongos que infectan el centeno y de cuyo cornezuelo puede extraerse la ergotamina, el actual agente químico que se utiliza para las migrañas. Pero desafortunadamente, lo que Hofmann sintetizó fue ácido lisérgico -25 o LSD, el derivado psicodélico de la ergotamina.
Por error, Hofmann entró en contacto con una cantidad mínima de la sustancia. Al hacerlo, notó una inusual experiencia sensorial, ya que todo lo que imaginaba se manifestaba a su alrededor con colores intensos.
Las alucinaciones duraron tres horas la primera vez. Así que decidió probar tres días después con una cantidad aún menor, de 250 microgramos. Lo que le creó nuevos síntomas de pesadilla. Primero, mareos, ansiedad y parálisis facial. Pero luego, una indescriptible sensación de felicidad que duró todo el día y la mañana siguiente.
A raíz de esto, Albert Hofmann pensó que su droga podría tener fines terapéuticos, por lo que la puso en circulación de inmediato. Únicamente para uso científico y médico.
Sin embargo, la droga corrió de mano en mano. De los médicos a sus pacientes, y de estos al escritor Timothy Leary, un claro opositor de la psicoterapia que empezó a darle la droga a sus alumnos. Esto sin comunicarles la dosis máxima que debían consumir, por lo que muchos acabaron en el hospital o muertos por sobredosis.
De hecho, un artículo famoso de la época decía que el LSD era la droga de los “tontos”, porque había muchos universitarios que, tras tomarla, se quedaban mirando fijamente al Sol. Lo que, por supuesto, los dejaba ciegos de por vida.
Como resultado, se desató el pánico social. Las peticiones de prohibición proliferaron a lo largo de la historia, y muchos psicólogos dejaron de utilizar los efectos del LSD en sus terapias. Con lo cual los viajes psicodélicos terminaron siendo algo característico del movimiento hippie contra la burguesía, y de los artistas y músicos de la época. Básicamente, lo que conocemos hoy en día.
El LSD, un “pequeño monstruo” de la psicoterapia
Por fortuna, la historia de LSD no solo estuvo marcada por su reacción física. Varios psicólogos entendieron la visión inicial de Hoffman, y empezaron a utilizar esta sustancia como un medicamento más en sus psicoterapias.
Uno de los primeros fue Ronald Sandison. Este psiquiatra británico creía en el poder espiritual que tenía el LSD sobre la conciencia, por lo que retiró 100 ampollas de lo que en ese momento se llamaba comercialmente “Delysid” para dárselas a sus pacientes. En específico, a quienes no avanzaban con la psicoterapia tradicional.
Tres años más tarde, se volvió el principal promotor del LSD. La droga había hecho que sus pacientes dejaran a un lado la ansiedad. En la nueva clínica que construyó para esta terapia, las personas ahora bailaban, dibujaban y tenían charlas casuales que, según comentaban, eran el mejor momento de su día.
Esto alentó a otros psiquiatras a incorporar el ácido lisérgico en sus sesiones. Entre ellos, el británico Humphery Osmond, quien declaró al poco tiempo que el LSD lograba tasas de abstinencia al alcohol superiores a las de cualquier otro tratamiento, con un 45%. Y el alemán Christian Rätsch, quien aseguró que la sustancia era capaz de aliviar la depresión y el miedo a la muerte en las personas con enfermedades terminales.
Poco a poco, el LSD comenzó a incorporarse como una sustancia de apoyo en las psicoterapias, para dar lugar a nuevas técnicas de control anímico.
El ejemplo más sonado es, quizás, el del pionero Stanislav Grof, quien creó lo que hoy se conoce como “respiración holotrópica”. Esta técnica busca inducir un estado de auto-exploración, utilizando uno de los síntomas característicos en la historia del LSD: la hiperventilación.
Al parecer, las respiraciones aceleradas ayudan a que el cerebro recuerde sucesos traumáticos. Lo que facilita la detección de problemas que antes eran difíciles de ver. De igual forma que la hipersensibilidad permite que los pacientes puedan experimentar nuevas sensaciones y mejorar su interacción social.
Lamentablemente, la CIA también se interesó en el poder psicológico que tenía el LSD, y decidió convertirla en una “droga de la verdad” para manipular la mente de los soldados hostiles. Lo que finalmente le quitó al “pequeño monstruo” de Albert Hofmann su última oportunidad de brillar en la comunidad científica.
“Tal vez hayamos perdido de vista el hecho de que, en cierta medida, podría sernos de gran ayuda. Si supiéramos utilizarlo correctamente”.
Robert Kennedy, senador de los Estados Unidos en 1966
¿Cómo ha ayudado el LSD a tratar las enfermedades a lo largo de su historia?
La historia del LSD ha condicionado su uso en la sociedad y en la psicología, debido al alto grado de adicción que posee. Pero eso no significa que se dejó de explorar su potencial médico.
Actualmente, se utilizan psicotrópicos como el ácido lisérgico y la psilocibina para tratar varios trastornos mentales como son la ansiedad social, el estrés postraumático, la anorexia y la depresión. Por supuesto, bajo estrictas restricciones que solo permiten al médico administrar la dosis.
Sin embargo, son drogas vitales para curar todas estas enfermedades, ya que logran pasar la barrera hematoencefálica. Es decir, la capa que frena el paso de los medicamentos al cerebro y que, por ende, dificulta el tratamiento de las enfermedades mentales.
La medicina psicodélica, como se le conoce popularmente, reduce la actividad de la Red Neuronal o DMN. En esta, es donde se crea el yo de cada persona, y en donde se filtran las preocupaciones y necesidades. Con lo cual las drogas psicodélicas permiten que las personas salgan de sus rutinas habituales y liberen el dolor. Lo que no solo es necesario para tratar las enfermedades mentales.
La American Chemical Society cree que el LSD podría, con un poco más de investigación, sintetizarse en una medicina útil para aliviar enfermedades degenerativas, como el cáncer, la artritis o la diabetes. Esto debido a que dos estudios han demostrado que el LSD1, una variante psicodélica reciente, puede inhibir la proliferación de células defectuosas en la leucemia.
Sin embargo, lo que la historia le depare a este “pequeño monstruo” es difícil de predecir, pues los efectos del LSD siguen siendo tan letales como la primera vez que Albert Hofmann se expuso accidentalmente a la sustancia.