CELESTÚN: UN PARAÍSO TERRESTRE EN MÉRIDA

Ver una bandera de flamencos rosas volando es un espectáculo memorable. La gran envergadura de sus alas de punta negra y sus patas larguísimas los hacen francamente irreales ante el horizonte. Estamos en la Reserva de la Biosfera Ría Celestún, a poco menos de 100 kilómetros de la ciudad de Mérida. Texto por Ira Franco

UNA AVENTURA QUE DEBES VIVIR

Llegamos luego de un viaje en camión de dos horas que suele detenerse en los pequeños pueblos para recoger y bajar personas, como las corridas de camión de pasajeros antiguas.

Algunos turistas prefieren llegar un poco más rápido en auto (es un viaje de menos de una hora) pero en cualquier caso vale la pena ir con calma y detenerse para admirar las últimas casas tradicionales mayas que aún quedan en sitios como Hunucmá o Kinchil.

Al llegar al pequeño pueblo pesquero de Celestún, lo más normal es que nos ofrezcan el recorrido completo al estero, pues buena parte de su población (de casi 10 mil habitantes) se dedica a atender al turista.

Se sugiere escoger bien la lancha que contrataremos, pues los precios varían enormemente y también la experiencia. Una buena opción es caminar a la playa y subir a un bote techado que nos llevará en una vuelta de cerca de hora y media a visitar, primero, un manantial escondido entre los manglares, donde además tendremos tiempo para nadar.

Las opciones son visitar el manantial Baldiosera o el Cambay, un ojo de agua. Estas fuentes de agua son, de hecho, cenotes al aire libre, por lo que el agua es fresca y se pinta del color del manglar: blanco, negro o rojo (se dice que aquí pueden encontrarse cuatro de las 10 variedades de manglar que existen en el continente).

Asimismo, los depredadores no suelen acercarse a los manglares cuando escuchan el ruido de la lancha, lo cual resulta siempre un alivio porque muchos visitantes suelen practicar buceo aquí.

Con suerte, en esta parte del recorrido también podremos avistar alguna de las 234 especies de mamíferos (muchas de ellas en peligro de extinción) que recorren la reserva, como ocelotes, tigrillos o incluso jaguares; o bien, encontraremos quizás a un mono araña colgando de las lianas del manglar, mirándonos con cierto desprecio.

Imagen: Getty

CELESTÚN: BELLEZA ROSADA

Más tarde el guía nos dirige al estuario donde no habrá descanso para los ojos: y si el avistamiento de casi 304 especies de aves provenientes de todas partes del continente americano, desde Canadá hasta la Patagonia.

Sin duda son las aves, en específico los flamencos, los protagonistas de la ría Celestún, lugar perfecto para verlos hacer sus danzas de apareamiento: llegan aquí durante el otoño y el invierno en busca de pareja, y se cree que para la primavera y el verano viajan a Río Lagartos, en Yucatán, donde anidan.

Se sabe que estas aves construyen montículos de lodo para poner su único huevo al año y son, como los pingüinos, monógamos.

Las leyendas mayas los tenían por criaturas que alimentaban con su sangre a sus polluelos,  aunque luego se descubrió que se trata de un líquido (que en el caso de los flamencos es de un rosa intenso, igual que sus plumas) que sale por sus picos, una especie de “leche” llena de grasa y nutrientes que pocas aves son capaces de producir; entre ellas, curiosamente, las palomas comunes y, otra vez, los pingüinos. 

Celestún
Celestún. Imagen: Wikimedia Comonns
 

REINO DE PÁJAROS

Muchas otras aves como los espectaculares pelícanos, gaviotas o garzas vienen aquí a descansar, pero sobre todo a comer, pues por sus características únicas, se trata de un sitio de notable riqueza alimentaria: aquí hay comida para todos en cualquier época del año y las aguas bajas permiten la pesca de la artemia salina, un pequeñísimo crustáceo.

Una vez que hemos terminado de observar toda esa fauna, muchas excursiones pueden llevarnos al famoso “bosque petrificado”: un antiquísimo punto lleno de árboles que alguna vez estuvieron vivos pero que hoy se yerguen ya sólo como fantasmas con sus troncos muertos y quemados por la sal del mar que lo anegó.

Este mismo recorrido también puede hacerse de noche, cuando muchos mamíferos predadores salen a cazar, aunque esto se aconseja hacerlo de la mano de un guía experto y mucha paciencia para no ahuyentar a los animales.

Es natural que los visitantes tomen muchísimas fotografías y vuelvan eufóricos del viaje (que algunos miembros de la cooperativa también ofrecen hacer por tierra), pero no se recomienda hacer demasiado ruido y definitivamente es indispensable cerciorarse de no tratar de alimentar a los animales o dejar basura.

La ría de Celestún es un ecosistema aún abundante –el número de especies de aves equivale a una cuarta parte del total que existe en el país– donde es a veces fácil olvidar que forma parte de una ecología global precaria.

Texto publicado en revista Muy Interesante México. Ed, 09-2019
Imagen: Getty

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