El COVID-19, ¿es de laboratorio, se escapó por error? ¿O fue creado por China o EU? Esto sabemos

Por Redacción Sin Embargo

La teoría de la fuga accidental del coronavirus de un laboratorio de Wuhan tiene lagunas y carece de pruebas sólidas, pero no es imposible

Diplomáticos norteamericanos descubrieron en 2018 que las medidas de seguridad en el Instituto de Virología no eran las apropiadas.

Por Iñigo Sáenz de Ugarte

Madrid, España, 16 de abril (ElDiario.es).- En la batalla de propaganda entre EU y China, todo parece transcurrir en función del estado de ánimo y los intereses personales de Donald Trump. Sería un error pensar que es el único dispuesto a extender rumores o hipótesis para desprestigiar al rival en relación a la crisis del coronavirus. El portavoz del Ministerio chino de Exteriores, Lijian Zhao, es experto en lanzar ataques de respuesta al Gobierno norteamericano, en especial en redes sociales. El 12 de marzo, escribió en Twitter que “podría haber sido el Ejército de EU el que trajo la epidemia a Wuhan”. No aportó ninguna prueba, pero sí un par de preguntas con las que se justifican todas las conspiraciones: “¡Sean transparentes! ¡Hagan públicos sus datos!”.

Las palabras de Lijian contradicen incluso la información científica facilitada por su Gobierno. Eso no importa demasiado. Es suficiente con generar dudas o promover versiones alternativas si estás siendo atacado por esa razón. Ya un mes antes, el Senador republicano Tom Cotton, bien conectado con la Casa Blanca, había planteado otra hipótesis, también en Twitter: “Buena ciencia, mala seguridad (es decir, estaban investigando cosas como pruebas de diagnóstico y vacunas, pero ocurrió una fuga accidental)”. De nuevo, sin pruebas.

Siempre se dice que los embustes productos de fuentes anónimas o interesadas son un peligro en las redes sociales, pero muchos políticos no tienen escrúpulos en utilizar las mismas tácticas en público para atacar a sus enemigos o defender a sus jefes. En el momento en que Cotton hizo esa afirmación, los demócratas estaban acusando a Trump de desdeñar la posibilidad de que el coronavirus pudiera convertirse en un grave problema de salud en EU, básicamente porque el Presidente estaba haciendo precisamente eso. Buscar un enemigo exterior es un tipo de defensa que suele ser efectiva.

Ni siquiera en una situación dramática la ciencia puede avanzar tan rápido como los rumores o las informaciones no confirmadas. Tampoco está en disposición de saltar por encima de las restricciones impuestas por los gobiernos a la hora de compartir información sensible. Cuando no se sabe todo sobre un hecho, por las grietas que se encuentran puede colarse una versión mucho más misteriosa.

La aparición del coronavirus SARS-CoV-2 –la enfermedad que provoca es la que la OMS llama COVID-19– en la ciudad china de Wuhan originó muy pronto toda una serie de conspiraciones que apuntaban a la elaboración de un arma biológica. En un ejemplo de examen del pasado en función de la situación del presente, circuló en internet la sospecha de que el virus se había originado en un laboratorio militar con la misión de destruir la economía occidental. Un argumento que podría haber dado lugar a una buena película.

Un equipo de científicos descartó esa idea con facilidad. La comparación del genoma, facilitado por las autoridades chinas, con los otros siete coronavirus de los que se sabe que pueden atacar al ser humano dio lugar a esta conclusión: “Nuestro análisis muestra claramente que el SARS-CoV-2 no fue construido en un laboratorio ni es un virus manipulado a conciencia”, dijeron en un artículo aparecido en la revista Nature Medicine. El comportamiento del coronavirus, su capacidad para ‘engancharse’ a la pared exterior de la célula y penetrar en ella, era tan efectivo que tenía que ser producto de la selección natural, y no de la ingeniería genética.

El SARS-CoV-2 no es el único coronavirus que ha logrado esa habilidad. En ese sentido, no nos encontramos ante un milagro de la naturaleza. Por eso, muchos científicos llevaban años y hasta décadas avisando de que era cuestión de tiempo que se produjera una pandemia de estas características.

En esta imagen de archivo, tomada a través de un microscopio y sin fecha, distribuida por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos en febrero de 2020, se muestra el coronavirus que causa el COVID-19.

Las simulaciones realizadas por esos investigadores descubrieron además que las mutaciones posibles de este coronavirus no eran tan eficaces a la hora de atacar la célula. Si hubiera sido creado en un laboratorio, se habrían corregido esas imperfecciones. Al final, el coronavirus encontró una forma de mutar diferente y mucho más adecuada que la que se hubiera podido diseñar en un centro de investigación o en un modelo. Y lo hizo recientemente. Este proceso ha ocurrido antes y volverá a ocurrir.

El camino que ha llevado al SARS-CoV-2 desde una especie animal hasta el ser humano no es muy distinto al que han transitado otros virus de la gripe, algunos más dañinos que la gripe común, y otros coronavirus. Desde un animal que podría ser el murciélago pasa por un intermediario, que podría ser o no el pangolín, llega hasta un ser humano y termina adquiriendo la capacidad de infectarse entre estos últimos.

Tres meses después de que se diera la voz de alarma, aún es demasiado pronto para que la ciencia pueda ofrecernos una explicación totalmente cerrada, pero sí plantearnos hipótesis sólidas, certificadas por la investigación realizada hasta ahora. Exigen pruebas no menos claras para ser refutadas.

Una segunda incógnita sobre el origen del brote epidémico sugiere una versión más intrigante. No cuenta con pruebas que la sustenten, pero sí con indicios que la hacen plausible, lo que no es sinónimo de probable. David Ignatius, uno de los columnistas más importantes de The Washington Post, apostó por esa idea en un artículo afirmando que había científicos que creían que “el virus letal del murciélago” podría haber salido por accidente del laboratorio de investigación de enfermedades infecciosas de Wuhan, situado a menos de un kilómetro del mercado de animales señalado inicialmente como origen posible, pero no seguro, del brote.

Ignatius citaba a un microbiólogo que sostenía que “podría haber ocurrido en un accidente de laboratorio, por ejemplo con la infección accidental de un miembro de su personal”. Los coronavirus eran estudiados en un laboratorio de nivel 2 de bioseguridad, muy inferior al nivel cuatro, donde se trata con los patógenos más peligrosos.

Los accidentes en esos lugares no son habituales, pero tampoco insólitos. Han ocurrido en China y en otros países, como EU. El microbiólogo examinó un video rodado en el laboratorio que desvelaba el uso de material inapropiado de protección y malas prácticas.

La hipótesis del accidente tiene dos posibles alternativas. Una, que el coronavirus estuviera siendo analizado después de haberse recogido una muestra suya en el exterior, procedente quizá de un murciélago. En segundo lugar, que evolucionara desde otro virus en un cultivo preparado en el laboratorio. Ambas opciones son posibles, pero cuentan con limitaciones.

En un plazo corto de tiempo, los especialistas deberían haber encontrado en el medio natural una muestra del coronavirus entre miles de posibles hallazgos, haberlo estudiado y luego haberlo perdido o liberado al exterior por accidente.

El artículo de Nature Medicine señala que en función del ancestro común más reciente del SARS-CoV-2 se podría apuntar a finales de noviembre de 2019 y principios de diciembre como su momento de aparición.

Sobre la segunda idea, el artículo, que no dice que sea imposible, sí apunta que, al haberse encontrado coronavirus similares en el pangolín con características estructurales “casi idénticas”, se puede llegar a la conclusión de que el SARS-CoV-2 evolucionó en el medio salvaje. Fue allí donde se produjeron esos pasos intermedios que convirtieron al coronavirus en lo que es, incluida su capacidad para infiltrarse en una célula humana.

Hay constancia documental también de las malas condiciones del Instituto de Virología de Wuhan, que sí cuenta con laboratorios de investigación de nivel 4, según fuentes norteamericanas. Informes de dos diplomáticos de ese país que lo visitaron –la última vez en marzo de 2018– llegaron al Departamento de Estado con una descripción muy negativa de sus condiciones de seguridad, según The Washington Post.

El centro llevaba años investigando la capacidad de los coronavirus hallados en murciélagos de provocar una epidemia similar a la del SARS en 2002. “Durante los contactos con científicos del Instituto, (los diplomáticos) comprobaron que el nuevo laboratorio tenía una grave carencia de técnicos e investigadores adiestrados que son necesarios para operar con seguridad en un laboratorio de nivel alto de protección”.

ESPECULACIONES ALENTADAS POR LA DESCONFIANZA

La escasa credibilidad de las autoridades chinas en Europa y EU siempre alentará todo tipo de especulaciones. Es cierto que las autoridades locales y regionales en Wuhan controlaron la información del brote durante semanas, incluso ocultándola a Pekín. Según documentos a los que ha tenido acceso la agencia AP, y conocidos este miércoles, hubo un retraso añadido de seis días en la comunicación a la OMS que fue responsabilidad del Gobierno de Xi Jinping.

Reconocer un accidente expondría a las autoridades chinas a la posibilidad de recibir demandas en medio mundo por la presunta negligencia cometida en un organismo público. Los amplios intereses económicos del país en el exterior serían vulnerables ante sentencias que obligaran al pago de indemnizaciones millonarias. Ese es un buen incentivo para que Pekín controle la información sobre el origen del coronavirus que sale al exterior.

La carrera por conseguir una vacuna puede ser una de las pocas bazas con que cuente el Gobierno chino para mejorar su imagen en Europa y EU y cortar los rumores y análisis que les perjudican. Las primeras teorías de la conspiración se hicieron fuertes en medios conservadores de EU con la intención de proteger políticamente a Donald Trump de las acusaciones de pasividad. Esta última información en The Washington Post ayudará a extender esos recelos a otros ámbitos ideológicos y geográficos.

Habrá menos espacio para valorar otras interpretaciones que en su momento hicieron bastante daño a la capacidad de europeos y norteamericanos de valorar la amenaza que se cernía y obrar luego en consecuencia, como esa idea, también difundida por Trump, de que la enfermedad no iba a ser más grave que la gripe común. Eso no era una teoría de la conspiración, aunque sí un error grave que ha tenido consecuencias trágicas.

La alternativa de la evolución del SARS-CoV-2 desde especies animales hasta atacar al vulnerable ser humano tiene el aval de lo que la ciencia conoce de otros coronavirus, que no es poco. Otras explicaciones posibles, pero no probables, seguirán circulando, porque la investigación científica necesita tiempo para completar su trabajo, incluso cuando una emergencia sanitaria imprime a todo la máxima urgencia. Los bulos tienen las patas más rápidas que las batas blancas.

 

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