El desafortunado destino de Hernán Cortés tras la conquista de Tenochtitlan, su rebelión ante la corona y el peregrinar de sus restos por 400 años
Por Infobae
Entre otros, la sospecha de la muerte de su esposa, su enemistad con poderosos gobernantes como el de Cuba que le trajeron mala fama ante el Rey y le costarían a la postre el débil reconocimiento y título nobiliario apenas de marqués, nunca de virrey
Tras la conquista de Tenochtitlan Hernán Cortés no descansó di siquiera después de muerto, su afán por descubrir nuevos territorios y conquistarlos le costó la enemistad de diversos gobernantes que afectaron su figura ante la corona, le costarían a la postre el débil reconocimiento y título nobiliario apenas de marqués y nunca de virrey.
Fue muy conocida su enemistad con el gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, del que finalmente se aleja para llegar a Veracruz e ir en pos finalmente de la conquista mexica.
Su ambición por el oro que le costó la vida a cientos de españoles
Cuando cortés vio la cantidad de oro que tenían los mexicas su determinación a doblegarlos fue una obsesión, tal que le costó la vida a varios de sus hombres al ahogarse en las aguas del lago debido al peso de los lingotes que habían fabricado fundiendo en secreto los objetos que habían saqueado de la ciudad.
La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, ocurrió la primera y única derrota de las tropas del conquistador español Hernán Cortés y sus aliados indígenas tlaxcaltecas a manos del ejército mexica en México-Tenochtitlan.
La leyenda cuenta que esa fue la “Noche Triste” en la que Cortés lloró la derrota frente a un árbol, un añejo ahuehuete ubicado en la calzada a Tacuba, en la Ciudad de México. Cientos de sus soldados fueron masacrados, otros tantos murieron ahogados en las acequias junto a sus caballos y su valioso botín de oro que había robado a los mexicas y fundido en tejos (lingotes) para una mejor transportación, se perdió en las aguas de Tenochtitlan.
Existe una frase que suele ser citada en ocasiones puesta en boca de Hernán Cortés: “Porque los españoles sufrimos una enfermedad que sólo cura el oro (Ferrer, 2015). La frase no es totalmente correcta si atendemos a la cita de López de Gómara (1552) en su obra “La Conquista de México”. Capítulo XXVI, de la que podría tener su origen pues no hace mención por ejemplo al término españoles. Y es que aunque por entonces se emplearía el término castellanos no cita el gentilicio.
¿De qué enfermedad nos pudo hablar Motolinía de la que pudo haber creado la expresión López de Gómara quizás en conversaciones privadas con Cortés en los últimos siete años de su vida? Motolinía nos narra que con el oro cobraron mil enfermedades, a lo que se suma la enfermedad de la avaricia, la codicia, ese afán desmedido de poseer y adquirir riquezas (Sánchez, D.(2019). Hernán Cortés y la enfermedad del oro. Revista A&H (10), 36-45. 39 para atesorarlas). “… Si alguno preguntase que ha sido la causa de tantos males, yo diría que la codicia” (Benavente, 1555, p. 69)
Tras la conquista de los mexicas los años siguientes Cortés siguió explorando el territorio y encontró lo que él consideró una isla (lo que hoy es Baja California Sur), junto a Fortún Jiménez navegó hacia el noroeste siguiendo la costa y en algún momento giró hacia el oeste y llegó hacia una apacible bahía, hoy se sabe que arribó a la hoy ciudad y puerto de La Paz, él pensó que había arribado a una isla, jamás supo que había arribado a una península.
Los tripulantes que le acompañaban al ver a las mujeres semidesnudas y a causa de la larga vigilia sexual, se dedicaron a tomarlas por la fuerza. Para ese entonces se habían dado cuenta que en el lugar abundaban las perlas que los nativos extraían de las conchas de moluscos que abundaban en la bahía, así que se dedicaron a saquear el lugar y a abusar de las mujeres.
Se podía decir que la ambición de cortés no sólo fue el oro y las riquezas materiales sino el poder absoluto que le costó caro ante los ojos de la corona en Castilla.
Le fue negado el título de Virrey, sólo le otorgaron un marquesado
Sus enemigos intrigaron en la corte del emperador Carlos V, acusándolo de detraer oro del quinto real y del reparto a los conquistadores y sospechando que había dado orden de envenenar a su esposa Catalina Juárez y a varios de los enviados con provisiones reales. Desterrado de México, fue a Castilla para reclamar la gobernación de Nueva España, pero solo consiguió el marquesado del Valle y le dieron tierras cerca del estado actual de Oaxaca.
Su rebelión ante el rey y el autoimpuesto título de descubridor de nuevas tierras
En la cuarta Carta de Relación, fechada en México el 15 de octubre de 1524, escribe Hernán Cortés al rey de España de la preparación de barcos para explorar y someter nuevos reinos sobre la mar del Sur (océano Pacífico), idea que bullía en su mente desde dos años atrás, recién consumada la conquista de la gran Tenochtitlan. En 1529, estando Cortés en España, firmó un convenio con la Corona española por el cual se obligaba a enviar por su cuenta «armadas para descubrir islas y territorios en la mar del Sur».
Deseaba encontrar además del dominio territorial y las posibles ganancias en metales preciosos en las nuevas tierras a descubrir, un paso de mar entre el Pacífico y el Atlántico, pues se pensaba que si Fernando de Magallanes había encontrado un estrecho que comunicaba ambos océanos por el Sur, también debería existir otro paso por el Norte. Ese paso marítimo era el mítico estrecho de Anián. En el mencionado convenio se estipulaba que de las tierras y ganancias que se obtuvieran, una décima parte corresponderían al descubridor en propiedad perpetua, para sí y sus descendientes.
Sus restos no descansaron por 400 años
En 1541, Cortés retornó a España, donde falleció seis años después, el viernes 2 de diciembre del año 1547, cuando pensaba volver a sus posesiones americanas. Su muerte se produjo en una casa palacio en Castilleja de la Cuesta que pertenecía al jurado don Alonso Rodríguez, amigo de Hernán Cortés, en la que el conquistador residió hasta su fallecimiento. Recibió sepultura en el cercano monasterio de San Isidoro del Campo, en la cripta de la familia del duque de Medina Sidonia, bajo las gradas del altar mayor, con un epitafio que le dedicó su hijo Martín Cortés, segundo marqués del Valle.
Los restos mortales de Hernán Cortés fueron inhumados varias veces. Esto se debió, en parte, porque en su testamento cambió varias veces la ubicación del lugar en donde deseaba reposar. Cuando residía en la Nueva España, primero solicitó ser sepultado en la iglesia contigua al Hospital de Jesús Nazareno, en Ciudad de México, hospital que el conquistador había fundado. Posteriormente declaró sus deseos de ser sepultado en un monasterio que había ordenado construir en Coyoacán, una población aledaña a la capital mexicana, monasterio que nunca fue construido debido a que tuvo que partir a España con el fin de enfrentarse a un juicio de residencia al que fue citado. En octubre de 1547, pocas semanas antes de su muerte, había modificado una vez más su testamento para indicar su voluntad de ser sepultado en la parroquia del lugar donde falleciera.
En 1550, a los tres años de su muerte, sus restos fueron cambiados de lugar dentro de la misma iglesia de San Isidoro del Campo, y esta vez fue inhumado justo a un lado del altar dedicado a Santa Catalina.
En 1566, y por decisión familiar sus restos mortales fueron trasladados a la Nueva España y sepultados junto con su madre y una de sus hijas en el templo de San Francisco de Texcoco, ubicado en la población de Texcoco cercana a la Ciudad de México. Sus restos yacerían allí hasta 1629.
En 1629 a la muerte de Pedro Cortés, cuarto marqués del Valle y último descendiente de Hernán Cortés en línea masculina directa, las autoridades civiles y eclesiásticas de la provincia española decidieron sepultarlos en la misma iglesia, así que los restos de Cortés fueron inhumados cerca del altar mayor (en un nicho detrás del sagrario) en la iglesia del convento de San Francisco (México), ubicado frente a la plaza de Guardiola, en la capital mexicana, allí dejaron grabada la siguiente inscripción: Ferdinandi Cortés ossa servatur hic famosa.
En 1716 una remodelación del templo de San Francisco obligó a los franciscanos a exhumar los restos y trasladarlos a la parte posterior del retablo mayor, lugar en el que permanecerían durante 78 años.
En 1794 las autoridades del virreinato exhumaron nuevamente los restos de Cortés con el fin de cumplir con los deseos del conquistador de México que en una ocasión solicitó ser sepultado en la iglesia contigua al hospital de Jesús Nazareno, así que sacaron la osamenta de Cortés del templo de San Francisco que yacía en su nicho en una urna de madera y cristal con asas de plata y pintado en la cabecera de la urna el escudo de armas de marqués de Oaxaca, sus restos fueron trasladados con gran pompa a lo que se creía sería su última morada, se colocaron blandones de plata sobre el sepulcro y dentro del templo se erigió un zócalo y sobre el zócalo un busto del conquistador, en ese sitio sus restos descansarían durante 23 años
En 1823, a los dos años de la independencia de México inició el memorial para honrar a los insurgentes muertos durante la guerra de Independencia, los restos de ellos fueron llevados a Ciudad de México, en cuya catedral fueron depositados, un gran movimiento nacionalista surgió entre los habitantes de la capital mexicana al grado que se temió que una turba asaltara el templo para tomar los restos de Cortés, por ello el ministro mexicano Lucas Alamán y el capellán mayor del hospital desmantelaron la noche del 15 de septiembre el mausoleo, en tanto el busto y demás ornamentos fueron enviados a Italia para hacer creer a los agitadores que los restos mortales de Cortés habían salido del país, en realidad la urna con la osamenta fue escondida bajo la tarima del templo del hospital de Jesús Nazareno, durante trece años los restos permanecieron escondidos allí.
En 1836, ya calmadas las pasiones se extrajeron los restos y fueron depositados en un nicho que se construyó en la pared del templo a un lado de donde estuvo el mausoleo, en ese lugar reposaron los restos durante 110 años hasta ser encontrados. El ministro Lucas Alamán en algún momento informó a la embajada española del lugar en el cual habían depositado los restos de Cortés.
En 1946, algunos historiadores del Colegio de México tuvieron acceso al acta notarial, en la cual se detallaba la última morada de Cortés y decidieron buscar los restos, el lunes 25 de noviembre del mismo año los historiadores encontraron el nicho que guardaba la urna,68 después de realizar algunos estudios para autentificar los huesos procedieron a restaurar la urna y recomendaron conservar los restos de Hernán Cortés en el mismo lugar. El 28 de noviembre de 1946 el presidente de México Manuel Ávila Camacho expidió un decreto mediante el cual confirió al Instituto Nacional de Antropología e Historia la custodia de los restos mortales de Hernán Cortés.
El 9 de julio de 1947 se reinhumaron los restos en el mismo lugar en el que los encontraron y se puso sobre el muro de la iglesia una placa de bronce con el escudo de armas de Cortés grabado.
Actualmente, los restos del conquistador español descansan en el lugar que eligió en su juventud para ser sepultado: el templo del Hospital de Jesús Nazareno. Hoy en día la vieja iglesia se encuentra en el abandono y con pocos medios para poder asegurarse su debida restauración.