“En EE.UU. y en Reino Unido propusieron hasta 10 años en prisión para el que dañe una estatua, que es más de lo que te darían por abuso sexual”

“Y derribaréis sus altares, y quebraréis sus imágenes, y sus bosques consumiréis con fuego: y destruiréis las esculturas de sus dioses, y extirparéis el nombre de ellas de aquel lugar”.

Este pasaje de la Biblia (Deuteronomio 12:3) aparece en las primeras líneas de Fallen Idols (Ídolos caídos), el libro de la historiadora y guionista británica Alex von Tunzelmann, para recordarnos que la humanidad lleva años derribando lo que antes levantó.

Sin embargo, hay un año que interesa a Von Tunzelmann por sobre todos los demás: 2020, el año en que decenas de estatuas fueron atacadas, mutiladas y derribadas en el mundo, y que la llevó a investigar esta compleja relación entre los seres humanos y sus monumentos.

Aunque la autora reconoce que el asesinato de George Floyd en Estados Unidos el 25 de mayo fue el gran disparador de esta ola iconoclasta, encabezada en ese país por el movimiento Black Lives Matter, también le concede influencia a la pandemia y el confinamiento:

“Se sintió como una experiencia colectiva, porque estábamos en nuestras casas, mirando caer las estatuas por las redes sociales. Creo que el motivo político detrás de esas protestas era muy real, no lo subestimo en absoluto, pero pienso que psicológicamente -por la pandemia- la gente explotó”.

Alex von Tunzelmann

BBC Mundo conversó con la historiadora, que participa en el HAY Festival de Arequipa, sobre la relación de las sociedades con su pasado, el desacuerdo entre el pensamiento histórico y los gustos personales, y por qué la mayoría de las estataus que nos rodean son de hombres blancos.

Línea

Tú muestras en el libro que nuestra relación con las estatuas es un poco ambigua, porque -por un lado- no solemos en la cotidianeidad interesarnos por los monumentos que nos rodean, y -por el otro- esos monumentos se vuelven el foco de protestas y surgen medidas extremas para protegerlos.

Es una relación extraña, pasamos de no notar las estatuas en absoluto hasta que alguien las derriba y entonces nos obsesionan.

Gary Younge, un escritor británico, dijo que las estatuas son una buena forma de olvidar a alguien. Solo las levantas en una esquina o en un pueblo y luego empiezas a ignorarlas.

Pero en EE.UU. y en Reino Unido propusieron en los últimos años hasta 10 años en prisión para cualquiera que las dañe, por más mínimo que sea el daño, que es más de lo que te darían en general por abuso sexual.

Por eso hablo en el libro de “medidas draconianas” para cuidarlas.

Otra curiosidad para el lector es darse cuenta de que la mayoría de las estatuas que nos rodean se levantaron en el mismo período -desde la mitad del siglo XIX a la mitad del siglo XX- y que en su mayoría son hombres y blancos.

Otro escritor británico llamado Thomas Carlyle entendió a mediados del siglo XIX que la Historia era simplemente la biografía de grandes hombres.

Carlyle sólo habló de hombres, no mencionó mujeres, y en sus escritos solo incluyó a un hombre que no era blanco: el profeta Mahoma.

Y su teoría es que las acciones de estos hombres blancos impulsaron la Historia, que nada más provocó esos cambios.

Esto, que fue muy controvertido incluso en su tiempo y que hoy no sería respaldado por muchos historiadores, tuvo un impacto cultural muy grande.

La gente se interesó mucho por estas biografías y por las estatuas, porque las estatuas reducen la Historia a la figura de una persona… generalmente un hombre.

Exhibición sobre las protestas de 2020 en Bristol

Entonces, a mediados del siglo XIX, en capitales europeas como Londres y París, pero también en ciudades estadounidenses y otras urbes, producto de la colonia había una decena de estatuas por ciudad. Pero para la Primera Guerra Mundial todas tenían 200, 300 estatuas.

Y a partir de entonces tenemos dictaduras en muchas partes del mundo y los dictadores -en general- levantan estatuas. Entonces se reproducen las mismas ideas: hombres y blancos.

Son los prejuicios de las personas de esa época con los que estamos lidiando hoy en día: sexismo, racismo, colonialismo.

Meses atrás visité el Museo Británico y en el hall habían colocado estatuas de mujeres, bajo un cartel que decía que en Londres hay más monumentos dedicados a animales que a mujeres.Pero en tu libro dices que levantar monumentos con figuras históricas femeninas es un “cambio cosmético”.

Creo que esa es una reacción de mucha gente. Ves que hay pocas estatuas de mujeres, entonces piensas que necesitas más estatuas de mujeres. Ves que hay muchas estatuas de hombres blancos, entonces levantas estatuas de gente de color, de indígenas…

Cuando en el libro hablo de estatuas que provienen de esta teoría del “gran hombre” en la Historia, considero que de forma inherente esa teoría es muy patriarcal. Es la idea de que solo las grandes figuras mueven al mundo.

Entonces crear estatuas de mujeres no es lo suficientemente radical para mí, porque lo que hace es reforzar la idea de que la Historia está regida por estos personajes importantes.

Logras un pequeño cambio, ahora tienes mujeres en lugar de hombres, pero no cambias la forma en que ves la Historia.

Si tienes un enfoque feminista, o un enfoque contrario al racismo, o buscas una suerte de liberación, tienes que desafiar la Historia que se basa en seres singulares, tienes que pensar en una Historia colectiva, en cómo cambia toda una sociedad.

Y las estatuas no van a representar eso.

Portada del libro de Fallen Idols

Por ejemplo, una mejor forma de representación con la que ya contamos son los monumentos posteriores a la guerra, que representan a todo un grupo de personas que fueron a combatir. O sea que tenemos formas de honrar a mucha gente, no a uno solo.

Creo que un enfoque más progresivo sería olvidarse de las estatuas, esa es una obsesión victoriana.

¿Cómo es nuestra relación con la Historia actualmente? Porque recuerdo al historiador británico Eric Hobsbawn diciendo a comienzos de siglo que estábamos cada vez más aislados del pasado, viviendo una suerte de presente continuo…

Pienso que es interesante la idea de que vivimos en un presente continuo, pero también es cierto que es mucho más fácil hoy acceder a la Historia.

Si uno ve una estatua, y no sabe quién es el que está inmortalizado en ella, puede simplemente googlearlo.

Encontrarás muy rápido un montón de material, mientras que en el pasado dependía de si había una biblioteca en donde vivías y tenías que aprender a encontrar el libro adecuado.

Y ese pasado, más accesible, permite que la gente se pregunte “¿por qué no me enseñaron esto en la escuela?”. Esa es una buena pregunta, porque lo que seleccionamos para ser enseñado en la escuela representa cómo pensamos sobre nosotros mismos como sociedad.

Esa interrogante es un buen punto de partida, porque lo que hacemos en Historia es pensamiento crítico: pensamos de forma crítica lo que se nos ha dicho.

Y luego te preguntas quién decidió que eso fuera lo que se iba a enseñar, qué razones había detrás de esa selección. Y las estatuas son una forma muy visible de esto.

Si, por ejemplo, estás investigando la trata de esclavos, y descubres que en tu barrio hay un monumento a un dueño de esclavos sobre el que nunca te enseñaron, es posible que te sientas muy ofendido.

Pero también dices en tu libro que el problema con las estatuases que a veces confundimos nuestros gustos personales con nuestro entendimiento de la Historia.

Sí, y es muy difícil porque todos tenemos gustos personales. Y la Historia se ha vuelto un lugar de enorme controversia.

Como decía, para muchos de nosotros la Historia es una asignatura que nos enseñan cuando somos niños, y es muy perturbador si ahora nos dicen que la Historia no es como nos la enseñaron. Emocionalmente es muy duro.

Pero si uno aprende la disciplina histórica, uno se da cuenta de que no tiene que ver con tus juicios de valor. Uno no dice “Cristóbal Colón fue bueno o malo”. Esa escala de buenos y malos no sirve.

Lo que te debes preguntar es qué lo motivó, qué tipo de sociedad creó al llegar al Caribe, cuáles fueron sus prioridades. Y aunque aún puedes tener una discusión sobre estos interrogantes, va más allá de tu opinión.

Protesta frente a la estatua de Cecil Rhodes en Oxford

En el caso de los monumentos, la gente trata de establecer reglas, incluso para saber qué estatuas dejar y cuáles derribar, pero es muy difícil, porque cada caso es diferente.

No hay respuestas fáciles. No sólo en el ámbito político, que es el que hemos discutido, sino también desde lo estético, desde lo artístico. Hay estatuas muy hermosas y hay estatuas muy feas.

Y a veces no se trata de dejarlas en un pedestal o derribarlas, sino de cambiarlas de una forma interesante.

En el memorial soviético en Bulgaria alguien pintó una estatua con el uniforme de Superman. En Paraguay alguien desarmó una estatua de Alfredo Stroessner y colocó las piezas entre dos bloques de concreto.

Creo que eso es muy creativo porque cambia completamente el significado de la estatua. Y termina siendo más artístico.

Tú has manifestado que la Historia no se borra por destruir una estatua, por el contrario, se hace Historia al plantearnos ciertas preguntas sobre el pasado.

Tirar una estatura no cambia nada, no es suficiente por sí solo.

Una estatua es un símbolo, y atacar una estatua también es un símbolo. Y los símbolos son muy importantes.

Pero si tú miras el final de la Unión Soviética verás que muchas estatuas cayeron y de forma muy dramática, como la estatua de Felix Dzerzhinsky en Moscú, que era el jefe de la inteligencia soviética.

Y si miras a Rusia ahora te puedes preguntar si el país ha retrocedido a ese estado de represión, ya que hay gente que quiere volver a poner la estatua de Dzerzhinsky.

La cabeza de Stalin cortada de su estatua

Puede ser un disparador muy importante de una revolución o de un cambio en la sociedad, puede ser una catarsis emocional, un gran momento, pero no cambiará nada.

En Budapest, en 1956, derribaron una gran estatua de Stalin. Fue un momento increíble, pero la revolución fue rápidamente derrotada. La gente de Hungría fue puesta nuevamente bajo el control de la Unión Soviética.

Al menos los soviéticos fueron lo suficientemente inteligentes de no volver a colocar la estatua de Stalin. En su lugar pusieron una más pequeña de Lenin.

Y, para ser justa, yo creo que el movimiento Black Live Matter lo entiende. Trata de analizar los caminos para alcanzar esta justicia social, más allá de los gestos simbólicos.

Quizás el mejor ejemplo de lo que dices es el capítulo de tu libro dedicado al derrumbe de la estatua de Saddam Hussein en la plaza Firdos de Bagdad en abril de 2003.

Cuentas que, debido a todo lo que ocurrió después en Irak, el ciudadano que inició aquel derrumbe años atrás declaró que quisiera volver a poner la estatua de Saddam en su lugar…

Sí, y esto nos muestra que con las estatuas existe, a veces, un elemento propio de la magia, porque en muchas culturas la gente les reza, las lava, les deja ofrendas.

Es diferente a la relación que tenemos con las pinturas y con otras formas de arte.

Y ves este pensamiento mágico en este ciudadano iraquí, que cree que si vuelve a poner la estatua en su lugar las cosas volverán a ser como antes. Pero no es así, claro.

Y en el caso de Lenin, esta suerte de poder mágico se extendió a su cuerpo, porque al embalsamarlo, él se convirtió en estatua.

Eso es muy extraño.

Lo mismo ocurrió con Ho Chi Min (el líder vietnamita). En Stalin, también, pero por un tiempo.

Es muy curioso para mí que estas sociedades comunistas, que son básicamente ateas, conserven cuerpos como reliquias.

El cuerpo de Lenin embalsamado en Moscú

Eso es muy cristiano. Las reliquias son muy propias del cristianismo ortodoxo.

Y lo otro curioso con Lenin es que él no quería estatuas, su viuda no quería estatuas, pero Stalin decidió lo contrario y terminamos con un montón de estatus de Lenin.

En tu lista de aquellos que levantaron estatuas de sí mismos y cuyas estatuas fueron derribadas, hay un latinoamericano: Rafael Trujillo. ¿Qué te atrajo de su historia, que tú misma reconoces no es muy conocida en el mundo anglosajón?

Lo primero que intenté es que mi lista fuera global y en América Latina había muchas opciones muy interesantes.

Creo que, fuera de Corea del Norte, Trujillo debe haber hecho más estatuas de sí mismo que nadie en el mundo.

Hay muchas de Lenin, como decíamos, pero por metro cuadrado, considerando la superficie de República Dominicana, Trujillo es único.

Rafael Trujillo

Y él tuvo un enfoque muy distinto hacia sus monumentos porque estaba obsesionado con su capacidad sexual, con su machismo; algo muy distinto a Stalin que se presentaba a sí mismo en las estatuas como una figura paternal.

Pensé que eso lo hacía muy diferente a las otras historias.

Quiero terminar esta entrevista con el ejemplo que pones en el libro de que una vez alguien escribió “pez racista” en la estatua de la Sirenita en Copenhague, Dinamarca. ¿Nos tomamos muy en serio a los monumentos?

Estuve en Dinamarca hace poco dando una charla sobre estatuas y me contaron que después de esa pintada hubo un debate en los medios de comunicación sobre si un pez puede ser o no racista.

Y era como para decirles que se lo estaban tomando demasiado en serio. Que era una broma. Bastante divertida, por cierto.

Pero esa estatua es vandalizada todo el tiempo y tienen una partida presupuestaria muy alta solo destinada a lavarla. Han tenido incluso que ponerle la cabeza de nuevo en su lugar, una vez le mutilaron un brazo.

Como es un símbolo del país, si uno quiere llamar la atención va por uno de estos objetivos.

Pero es muy dulce que terminen teniendo un debate nacional sobre si un pez puede ser racista cuando está claro que alguien solo quiso reírse y pensó que era una broma.

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realizaen esa ciudad peruana del 3 al 6 de noviembre. Sigue aquí toda la cobertura.

 

 

 

 

 

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