¿En realidad las bacterias intestinales causan autismo?
La ciencia ha sugerido en varias oportunidades que el microbioma intestinal podría estar detrás del autismo, pero la evidencia al respecto no es concluyente. Por fortuna, hoy una nueva investigación ofrece una explicación más amplia para este presunto vínculo.
Es cierto que las personas autistas tienen un microbioma diferente a los neurotípicos, pero esta no es una causa del trastorno, sino una consecuencia del mismo. Estas suelen tener una dieta muy restringida debido a sus gustos peculiares y su carácter “quisquilloso” respecto a los colores y formas que conforman sus platillos. Al parecer, esto limita a tal punto su nutrición que ocasiona los cambios en las bacterias intestinales que tanto han reportado estudios previos.
Las bacterias intestinales detrás del autismo
La teoría surgió de las observaciones que revelaron que las personas con autismo tienen más probabilidades de experimentar problemas intestinales; por ejemplo, estreñimiento y diarrea. Después, otros estudios sugirieron que los niños tenían combinaciones de bacterias intestinales muy diferentes a las de otros sin el trastorno.
De ahí que se empezara a evaluar la posibilidad a través de experimentos con ratones y ratas. Algunos de ellos parecían confirmara la teoría de que ciertas combinaciones de bacterias intestinales eran las responsables del autismo.
A pesar de la poca evidencia, surgieron terapias para abordar este vínculo
Pero la evidencia recolectada hasta ahora es muy inconsistente. De hecho, algunos de los estudios que exploraron esta posibilidad tienen un diseño científicos deficiente. Además, el autismo no existe en los ratones, por lo que extrapolar los hallazgos a los humanos con tan pocas bases resta credibilidad.
A pesar de ello, muchos siguieron convencidos de ello, lo que dio lugar a terapias que dirigidas a alterar el microbioma de los niños con autismo. Por ejemplo, las transferencias de microbiota fecal y las terapias dietéticas. Entonces, ¿vale la pena el riesgo?
Explorando el ADN microbiano de niños con autismo
En un esfuerzo por comprender mejor este presunto vínculo, un equipo de investigadores examinó los datos clínicos y biológicos extensos de niños en el espectro del autismo y sus familias provenientes del Biobanco de Autismo de Australia y del Proyecto Cerebro de Adolescentes Gemelos de Queensland.
Los investigadores compararon el ADN microbiano de muestras de heces de 99 niños con autismo con dos grupos de niños no autistas; 51 de sus hermanos y 97 de niños con los que no tenían relación sanguínea. Además, analizaron información clínica, familiar y de estilo de vida, incluida la dieta, para abordar la mayor cantidad de factores potenciales posible.
Sin embargo, los resultados no arrojaron evidencia alguna de un vínculo entre el autismo y las bacterias intestinales en conjunto o en el contexto de su diversidad, ni siquiera de las especies que se habían relacionado previamente como Prevotella. Solo encontraron una especie bacteriana asociada con el trastorno.
Pero el estudio no solo descartó una relación causal de este tipo, sino que ofreció una nueva explicación a la diferencias en su microbioma intestial. Los niños autistas tenían más probabilidades de ser “quisquillosos para comer”, lo cual estaba estrechamente relacionado con otros rasgos como intereses restringidos y sensibilidad sensorial.
De hecho, los niños más exigentes respecto a la comida tendían a tener un microbioma menos diverso y heces más líquidas, parecidas a las de la diarrea. Esto concuerda con lo expuesto al principio sobre sus problemas gastrointestinales.
Esta tendencia también se observó en la información genética. El autismo y los intereses restringidos coincidían con una dieta menos diversa asociada al trastorno, pero no directamente con el microbioma.
Las bacterias intestinales no causan autismo; la dieta deficiente es consecuencia del trastorno
Partiendo de estos hallazgos, los investigadores concluyeron que los rasgos y preferencias relacionados con el autismo están asociados con una dieta menos diversa y, en consecuencia, los individuos muestran un microbioma menos diverso y heces más líquidas.
Con base en ello, los autores desaconsejan continuar con la administración de trasplantes fecales como terapia contra el autismo. Y aunque son muy útiles para otras enfermedades graves, hacerlo solo con esta motivación podría hacer más daño que bien. Mientras tanto, las terapias deberían enfocarse en mejorar la alimentación de los niños con autismo a fin de fortalecer su microbioma y, por consiguiente, protegerlos de muchas otras enfermedades.