La hostilidad hacia las vacunas, un fenómeno arraigado desde hace 200 años

Por RFI

El pasado fin de semana más de 160.000 opositores a las vacunas o al pase sanitario manifestaron en Francia. Aquellos que a menudo califican de “antivacunas” no son un fenómeno reciente ni un grupo homogéneo. Eso sí, existen desde que se crearon los fármacos inmunizantes.

Por Lou Roméo, periodista de RFI.

Desde el inicio de la campaña de vacunación contra la Covid-19, los llamados al boicot se han multiplicado en redes sociales y en boca de algunos científicos. Pero aunque sean especialmente visibles en este momento, su existencia no es nueva en lo más mínimo.

“La primera resistencia a la vacunación se remonta a la invención de la propia vacunación”, explica Patrick Zylberman, profesor emérito de historia de la salud en el EHESP. Los primeros motivos de oposición no eran médicos, sino teológicos. En mayo de 1796, un médico rural inglés, Edward Jenner, descubrió que la viruela podía prevenirse inoculando una enfermedad relacionada pero benigna, lo que llamaron “la vacuna de la vaca”. El procedimiento era rudimentario: Jenner tomaba el pus de animales infectados y lo esparcía sobre una incisión que realizaba en la persona que iba a ser inmunizada.

La vacunación, un gesto “artificial” que va en contra del “orden de la naturaleza”

Si el método de Jenner resulta eficaz, no tarda en generar temores. Para algunos religiosos, protegerse de la enfermedad de este modo equivale a despreciar la providencia divina y situarse por encima de Dios. Para otros, la mezcla de fluidos entre animales y humanos contradice el equilibrio del cuerpo y lo debilita. Para otros aún, sería un gesto artificial e inmoral va en contra del “orden de la naturaleza”.

”Este tipo de argumentos existen todavía hoy en día”, analiza Françoise Salvadori, profesora de inmunología en la Universidad de Borgoña y coautora con Paul-Henri Vignaud del libro Antivax, la resistencia a la vacuna desde siglo XVIII. Ninguna de las principales religiones se opone a las vacunas, pero corrientes minoritarias dentro de ellas siguen prohibiéndolas.

En 2019, el riesgo de una epidemia de sarampión fue tan grave en Nueva York que el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, tuvo que restablecer la vacunación obligatoria y así obligar a las comunidades judías ortodoxas a vacunar a sus hijos contra esta enfermedad altamente contagiosa. En junio de 2021, hombres armados asesinaron al personal de vacunación contra la polio en Afganistán. En los Países Bajos, los fundamentalistas protestantes se niegan a inyectar una enfermedad en un cuerpo sano.

¿Por qué realizar un tratamiento sin estar enfermo?

En efecto, ¿por qué cuidarse si uno no está enfermo? “No es un reflejo natural el tratar una enfermedad que aún no se tiene. Hay una mala interpretación de la prevención: minimizamos el riesgo de contraer la enfermedad en un futuro lejano, y exageramos el riesgo de tener efectos secundarios indeseables en un futuro próximo”, explica Salvadori. La vacunación es además un mecanismo de prevención colectiva, por encima de lo individual, lo que complica aún más el asunto.

Estas corrientes antivacunas siguen siendo minoritarias. Se generalizan cuando la vacunación es obligatoria. El rechazo tiene entonces un significado más amplio y directamente político. En las últimas semanas en Francia ha sido el caso.

Manifestaciones masivas en el siglo XIX en Inglaterra

En el siglo XIX en Inglaterra, uno de los primeros países en volver obligatoria la vacunación contra la viruela, también hubo manifestaciones a gran escala. 100.000 personas se reunieron en Leicester en 1885 para oponerse a la ley. “Los ingleses manifestaron en nombre de sus libertades individuales, en nombre del habeas corpus”, explica Anne-Marie Moulin, filósofa y doctora del CNRS. “La resistencia fue tal que las autoridades finalmente suspendieron la obligación en 1904. Desde entonces, no se ha vuelto a obligar. Este tipo de oposición era más de orden política que científica”, agrega.

En la ciudad alemana de Lübeck, 70 niños murieron en 1930 tras ser vacunados contra la tuberculosis. El escándalo fue terrible y las causas nunca se esclarecieron. Se sospechaba que la vacuna se había almacenado de forma inadecuada, ya que ese fármaco se utilizaba en todas partes sin ningún daño.

Un estudio engañoso

Aunque ese acontecimiento fue real, muchos temores sobre la vacunación no tienen ninguna base científica. En Francia, se sospecha desde hace tiempo que el aluminio utilizado como adyuvante en la vacuna contra la hepatitis B puede causar esclerosis múltiple, aunque ningún estudio ha demostrado su toxicidad.

En Inglaterra, un estudio publicado en The Lancet en 1998 decía que la vacuna triple vírica – contra el sarampión, las paperas y la rubeola – provocaba autismo. Tras la polémica, se reveló que su autor, el cirujano Andrew Wakefield, había alterado a sabiendas las cifras y los historiales médicos de sus pacientes. El estudio fue retirado por falso, pero el rumor persiste.

Pasteur, “químico y financiero”

Ya en tiempos de Louis Pasteur, a finales del siglo XIX, algunos de sus colegas se opusieron frontalmente a la vacuna contra la rabia. Pasteur fue acusado de charlatán y de estafador. Se sospechaba incluso que él mismo creaba enfermedades para vender mejor sus vacunas.

El periodista Henri Rochefort lo describió como un “químico financiero”. El tipo de sospechas que resuenan con la desconfianza actual que se tiene contra el “Gran Farma”, esa teoría conspirativa según la cual los laboratorios farmacéuticos se organizarían entre ellos con fines financieros y a pesar del bien común.

“Está claro que la vacunación tiene verdaderos intereses financieros”, matiza Françoise Salvadori. Pero hay que recordar que, de momento, las vacunas representan un promedio del 20% de los beneficios de la industria farmacéutica. Y aunque Francia ha vivido varios escándalos sanitarios importantes ninguno de ellos ha afectaba a las vacunas. Estas siguen siendo el medicamento más controlado y vigilado del mundo.

 

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