No le hagas caso a los sobres de azúcar, no hay leyes físicas que impidan a los abejorros volar
Aunque un poco de azúcar no tiene por qué ser peligroso, lo más aconsejable es reducir su uso con actos tan sencillos como eliminarlo del café. La salud lo agradece, pero también la mente, ya que nos ahorra la lectura de muchas frases típicas de coach emocional, con bastante poco acierto.
Es verdad que también podemos leer algunas citas reales de grandes personajes de la historia, que sí que vale la pena conocer, pero a veces nos encontramos otras como la que afirma que según las leyes de la aerodinámica está demostrado que el abejorro no puede volar, pero que lo hace porque no lo sabe. Desde luego, el objetivo del dicho es más que loable: con empeño y sin escuchar a quienes no confían en tu éxito, puedes conseguir casi cualquier cosa. Eso está muy bien, pero puede decirse sin mentir. Y es que, en realidad, el abejorro no está desafiando a ninguna ley de la física. Simplemente vuela porque puede, aunque probablemente tampoco sepa eso.
La física detrás del vuelo del abejorro
Según un artículo publicado en Science News en 2004, existen varias creencias sobre el nacimiento de esta frase. Una de las más difundidas, es la que apunta a una conversación de los años 30 entre un ingeniero y un biólogo, durante la que el primero intentó hacer los cálculos para explicar el vuelo del abejorro, en base a su masa, su tamaño y su forma, sin lograr ningún resultado coherente.
Al parecer, para ello se basó en los mecanismos que conducen al vuelo de los aviones. Sin embargo, esto fue un error, ya que los insectos logran desplazarse por el aire de un modo muy distinto. De hecho, la mayor diferencia entre ambos es que los aeroplanos se desplazan con sus alas prácticamente estáticas, mientras que el abejorro las bate rápidamente y en forma de ocho, cambiando bruscamente de dirección. Esto da lugar a una serie de turbulencias que son precisamente las que ayudan a impulsarlo.
No se trata de un fenómeno especialmente investigado por la ciencia, aunque sí se encuentra en algunos estudios, como uno publicado en PNAS en 2005, sobre el que habló de nuevo más tarde uno de sus autores, en Live Science. Los investigadores detrás de este trabajo utilizaban una serie de cálculos y simulaciones robóticas para demostrar cómo se genera el vuelo de estos animales, demostrando que no solo no tienen problemas para avanzar, sino que también pueden variar el ángulo de giro e incluso la frecuencia de aleteo, con el fin de adaptarse a las circunstancias que se generan a su alrededor.
Pero no fueron ellos los únicos dedicados a analizar este fenómeno. Una década más tarde, en 2015, otro equipo diferente de investigadores publicó también en PNAS un estudio que analizaba cómo la carga de polen en las patas o néctar en el abdomen afecta al vuelo. Este puede verse claramente modificado por ambos factores, pero en ningún momento se detiene. Y es que, aunque sean regordetes y con alas pequeñas, no hay ningún impedimento físico para que puedan volar. Como tampoco lo hay para que los seres humanos luchemos por lo que queramos, sin importarnos lo que digan los demás, ni necesitar sobres de azúcar y frases motivantes que nos impulsen con mentiras.