¿Qué lleva a las personas a hacer trampa o a ser honestas?
Hacer trampa parece algo muy normalizado en diferentes aspectos de la vida humana, y los científicos sospechan que el control cognitivo, que interviene en la toma de decisiones morales, juega un papel importante.
¿Es la honestidad típica de nuestra naturaleza? ¿O se necesita fuerza de voluntad para anular una inclinación intuitiva a hacer trampa? La respuesta aún no es del todo clara, pero los hallazgos publicados en Journal of Neuroscience nos acercan a ella.
Hacer trampas o jugar de forma limpia, un dilema humano
La mayoría de los estudiantes se han enfrentado alguna vez al dilema de hacer trampas en un examen por no estar preparados o por sentirse inseguros de su conocimiento. De hecho, puede que para muchos esta fuera la regla en lugar de las horas de estudio previo, y en estos casos, no necesariamente sea un dilema. Para otros, en cambio, el simple hecho de mencionar esa posibilidad es un improperio.
El cuestionamiento y la autocrítica deberían formar parte de nuestro análisis diario pues las correcciones derivadas contribuyen a nuestro crecimiento profesional, académico y personal. Pero siendo realistas, pocos dedican algo de su tiempo a ello. Para muchos, el fin justifica los medios y la moral no genera ningún cargo de conciencia.
Un experimento para propiciar las trampas
Interesados por conocer la causa de estas diferencias tan drásticas, los investigadores se enfocaron en un factor que juega un papel poco comprendido en la toma de decisiones morales: la capacidad de control cognitivo.
El experimento consistió en un juego de detección de diferencias con cierto nivel de dificultad y recompensa que impulsara a los participantes a hacer trampa. Una vez que detectaran tres diferencias, ganarían algo; pero apenas algunos pares de imágenes permitían lograr dicho cometido. Para obtener el premio, los participantes tendrían que ser deshonestos de alguna forma.
Mientras llevaban a cabo la tarea, los investigadores monitorearon la actividad cerebral a través de electroencefalograma (EEG). De este modo, podrían hacer comparaciones e identificar los patrones de control cognitivo en su toma de decisiones sobre hacer o ser honestos.
Actividad de control cognitivo tanto los tramposos como los honestos
Durante la tarea, algunas personas optaron por hacer trampa algunas veces; otras solo jugaron limpia unas pocas veces, lo que demuestra cuán variados pueden ser los comportamientos dependiendo de la situación.
Pero las imágenes cerebrales revelaron información más precisa, al menos para la comprensión del papel del control cognitivo en la toma de decisiones morales (hacer trampa o no). En ambos casos, la actividad de las ondas cerebrales theta se hizo más intensa, lo cual tiene un significado fascinante.
Una actividad de ondas theta más fuerte se traduce en que los participantes deshonestos eran más propensos a ir en contra de sus impulsos de hacer trampa, mientras que los honestos eran más propensos a engañar. Como escriben los autores:
Encontramos que la misma firma neuronal evocada por las demandas de control cognitivo en la tarea del localizador puede usarse para estimar la (des) honestidad en una tarea de trampa independiente, estableciendo evidencia convergente de que el efecto del control cognitivo depende de hecho de la falta moral de una persona”.
No es el control cognitivo, sino la visión moral de una persona lo que la induce a hacer trampas
En conclusión, el control cognitivo no es lo determinante a la hora de hacer trampa o decidirse por la honestidad. En cambio, la percepción e ideas que tengan las personas respecto a ello es lo que los motivará a jugar de forma limpia o sucia en determinada situación.
¿Significa entonces que no hay nadie completamente honorable y honesto en este mundo? No necesariamente. Recordemos que la evolución dejó un rastro de instinto de supervivencia que en algunas personas está más latente que en otras.
Además, cada cabeza es un mundo, y factores como la educación, las condiciones de vida, el entorno de crianza, competencia en el trabajo, metas académicas, entre muchos otros, pueden influir en la concepción de honestidad.