Piloto héroe de Rusia cuenta a RT cómo fue su arriesgada fuga con un avión Il-76 capturado por los talibanes en 1995

Por RT Internacional

Tras varios meses de cautiverio, Vladímir Sharpátov y sus tripulantes lograron acceder de nuevo a la aeronave con el pretexto de realizar trabajos de mantenimiento.

Un día como hoy hace 25 años, los tripulantes de un avión de pasajeros ruso Ilyúshin Il-76 lograron escapar de la ciudad afgana de Kandahar luego de haber sido mantenidos cautivos por los talibanes durante más de un año. Tras una épica fuga y atravesar Irán, la aeronave aterrizó finalmente en Emiratos Árabes Unidos.

Días más tarde, el piloto al mando, Vladímir Sharpátov, y el copiloto Gazinur Jairullin fueron condecorados con las medallas de oro y el título de Héroes de Rusia por su papel en la liberación, mientras que la tripulación recibió la Orden del Coraje.

En una entrevista con RT, Vladimir Sharpátov relató cómo fueron capturados por miembros del grupo extremista el 3 de agosto de 1995 mientras volaban desde Tirana, la capital de Albania, a Bagram, en el norte de Afganistán, con un cargamento de municiones para las tropas del Ministerio de Defensa afgano que batallaban contra los talibanes. En aquella época, los insurgentes ya contaban con varios aviones de combate, que utilizaron para interceptar el vuelo de suministro y forzar a los pilotos a tomar tierra en un territorio controlado por el movimiento.

Las negociaciones para la liberación de los tripulantes fracasaron y estos estuvieron retenidos por los talibanes hasta agosto de 1996, cuando, bajo el pretexto de unos trabajos de mantenimiento, lograron recuperar el control del avión y, tras neutralizar a sus guardianes, hacerlo despegar. Todos estos sucesos fueron posteriormente llevados al cine en la película ‘Kandahar’, estrenada en Rusia en 2010.

“Un poco del cargamento”

Sharpátov detalló que se trataba del tercer vuelo dentro de un acuerdo de suministro de municiones entre el Gobierno albano y las autoridades afganas, que para aquel entonces ya controlaban menos territorio del país que los talibanes. Para ese vuelo solo quedaba “un poco del cargamento”, unas 34 toneladas de cartuchos, dijo el piloto, precisando que eran cartuchos permitidos para su transporte por aviación civil, puesto que tenían un calibre menor a 9,1 milímetros.

Cuando el Il-76 se encontraba sobrevolando territorio afgano, un controlador aéreo le ordenó aterrizar en Kandahar para una revisión de su carga, pero Sharpátov rechazó acatar la orden. Minutos después, un piloto militar se comunicó por radio con la aeronave. “¿Ven un MiG-21? —preguntó—. Soy yo. Tomen tierra, es una orden”. El piloto ruso insistió en que no era su lugar de destino y no iba a obedecer al requerimiento y recurrió a una acrobacia aérea para intentar deshacerse de su perseguidor.

Sharpátov contaba para su plan con una mala funcionabilidad del caza de los talibanes, pero estos enviaron un segundo caza y emitieron una “última advertencia” en nombre de un mando militar. Fue entonces y bajo la presión del copiloto que Sharpátov decidió tomar tierra.

“Aterricé y una muchedumbre ya estaba esperándonos allí. Luego nos percatamos de que estaban al tanto con antelación de nuestro vuelo. Les habían avisado sobre nosotros”, contó Sharpátov.

A continuación, el propio fundador del movimiento talibán, el mulá Omar, interrogó al comandante del Ilyúshin: “Él me preguntó quién era el ordenante del vuelo. Le dije que no lo sabía. Entonces me preguntó quién era nuestro gerente de vuelo. Le dije que se había quedado en los Emiratos”. Cuando Sharpátov le inquirió por qué estaban buscándolo, el mulá respondió: “Lo vamos a enjuiciar y ajusticiar”.

En aquel momento, el piloto pensó que tenía que “salvar al gerente”. Al regresar a la cabina del avión, le advirtió por radioenlace del destino que le estaba esperando. Lo hizo en inglés, aprovechando que el único idioma extranjero que conocían sus guardianes era el ruso.

El día después, los insurgentes descubrieron en la aeronave en una caja cartuchos de un calibre que superaba el permitido 9,1 mm. Al día siguiente, le asestaron un golpe en la cabeza a Sharpátov y metieron a toda la tripulación a un microbús para transportarla hasta la ciudad.

“Aprendiendo inglés”

 Les dijimos que si no recibía mantenimiento, acabaría fuera de servicio y había que darles actividad a los motores”

En Kandahar fueron confinados en un hotel, en “unos trasteros” con un pequeño aseo las ventanas enrejadas donde pasaron varios meses “estudiando inglés y construyendo planes para el futuro”.

Allí recibieron dos visitas de delegaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso y los talibanes prometieron soltarlos, algo que finalmente no hicieron. 

Sharpátov confiesa que un día pensaron que los iban a fusilar después de que los despertaran a las 4 de la madrugada y los metieran en unos todoterrenos sin darles ninguna explicación. En el camino pararon dos veces en medio del desierto frente a una valla, pero luego volvían a arrancar. Resultó que los estaban transportando a un paradero provisional, una fábrica abandonada, a causa de una ofensiva del Ejército afgano y fueron devueltos al hotel tres días después.

Los talibanes propusieron a Sharpátov capacitar a sus pilotos, pero este se negó. “Vimos su interés por el avión. Les dijimos que si no recibía mantenimiento, acabaría fuera de servicio y que había que darles actividad a los motores“. Con esa estratagema, la tripulación volvió a acceder a la aeronave, que realmente experimentaba problemas técnicos, pero reparables.

Solo después de varios meses todos los tripulantes pudieron acceder juntos al avión e hicieron los cálculos, minuto por minuto, de cuánto tiempo se requeriría para encender los motores y despegar y cuánto tardarían los talibanes en movilizar a sus cazas y organizar la persecución o responder a la fuga mediante fuego de artillería.

El día X llegó cuando una rueda de recambio reventó y la tripulación solicitó a sus guardianes el permiso para poder repararla, a lo que estos accedieron. Los rusos contaban con varias horas para preparar la huida y procedieron con su plan cuando los islamistas se fueron a rezar a un recinto.

“Nos devolvieron a la cárcel, lo discutimos todo —recuerda Sharpátov—. Hubo muchas variantes. Incluso se planteó elevarse a una gran altitud, ponernos las máscaras de oxígeno y despresurizar el avión para que a los 40 segundos todos los talibanes [de a bordo] se volvieran cadáveres. Sin embargo, no usamos esa opción”.

Después de la reparación, el operador de radio pidió a los controladores su permiso para rodar el avión sobre la pista, pero la torre no contestó. Fue en ese momento cuando encendieron toda la aviónica y se decidieron definitivamente a despegar en pos de su ansiada libertad.

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