Más de 11.000 científicos declaran una emergencia climática
Esta semana se daba a conocer la firme decisión de Donald Trump de retirar oficialmente a Estados Unidos de los países firmantes del Acuerdo de París. No es algo que haya resultado sorprendente, después de que el presidente haya reconocido en numerosas ocasiones su postura escéptica con respecto al cambio climático. Aun así, llega en un momento complicado, en el que científicos de todo el mundo insisten en la necesidad de aunar fuerzas, en vez de separarlas, para frenar un problema que ya ha empezado y en el que la marcha atrás es cada vez más complicada.
Es el caso de los más de 11.000 investigadores de 153 países que han firmado un estudio, publicado hoy en BioScience por científicos de la Universidad de Sydney, la Universidad Estatal de Oregón, la Universidad de Ciudad del Cabo y la Universidad de Tufts. En él, declaran una situación de emergencia climática y reivindican la necesidad de cambiar los métodos de evaluación del calentamiento global, a la vez que proponen seis grupos de medidas que toda la población puede llevar a cabo para intentar, si no ganar la guerra, al menos empezar a vencer algunas batallas.
Miremos más allá de la superficie
“El cambio climático ha llegado y se está acelerando más rápido de lo que muchos científicos esperaban”. Con esta frase, uno de los autores del estudio, el profesor William Riple, da a conocer en un comunicado la gravedad del problema al que nos enfrentamos. Pone como claro ejemplo de ello el aumento de la temperatura de la superficie global, el calor del océano, el clima extremo, el nivel del mar y la acidez del océano, todas ellas consecuencias que ya son más que tangibles.
Para solucionarlo es necesario tomar medidas correctoras, pero también aprender a cuantificar los daños. Por eso, otros de los investigadores detrás de este trabajo, el doctor Thomas Newsome, añade que, si bien la medida de las temperaturas globales de la superficie sigue siendo importante y necesaria, “se debe monitorear un conjunto más amplio de indicadores, que incluyen el crecimiento de la población humana, el consumo de carne, la pérdida de la cubierta arbórea, el consumo de energía, los subsidios a los combustibles fósiles y las pérdidas económicas anuales por fenómenos meteorológicos extremos”.
De este modo se puede determinar la evolución del clima y ajustar las medidas, que ellos clasifican en seis bloques.
En primer lugar, se dirigen a todo lo referente a la energía. Según los firmantes, para dar un vuelco a la situación es necesario implementar prácticas masivas de conservación, reemplazar los combustibles fósiles por energías renovables limpias y dejar las reservas que aún queden de los primeros en el suelo. Además, para que todo esto funcione y la población pueda “subirse al carro”, proponen eliminar los subsidios a las compañías de combustibles fósiles e imponer tarifas de carbono que ayuden a restringir su uso.
Por otro lado, es importante reducir las emisiones de contaminantes de corta duración, como el metano, los hidrofluocrocarbono o el hollín. Así, se podría tender a una reducción del 50% del calentamiento global a corto plazo en las próximas décadas.
No debemos olvidarnos tampoco del cuidado de la naturaleza. En este punto aconsejan restringir la limpieza masiva de tierras, así como restaurar y proteger ecosistemas como los manglares o los bosques, de modo que se potencie el secuestro del dióxido de carbono atmosférico.
Incluso nuestra propia dieta puede influir, como ya hemos escuchado en más de una ocasión. En este caso, los autores del estudio y los firmantes del mismo insisten en la necesidad de aumentar el consumo de vegetales y reducir el de productos de origen animal, ya que así se reducirían significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero, como el metano.
En cuanto a la economía, se apunta a una reducción de la extracción de materiales y la explotación de los ecosistemas para** mantener la sostenibilidad de la biosfera a largo plazo**. Además, se incide en la importancia de los objetivos del crecimiento del producto interno bruto y la búsqueda de la riqueza.
Finalmente, el sexto grupo de directrices se centra en la población mundial, que debería estabilizarse a través de políticas dirigidas a garantizar la justicia social y económica.
Dadas todas estas directrices, está claro que desde la población general podemos contribuir a la lucha contra el cambio climático, pero que sin el apoyo de los gobiernos de los diferentes países ese esfuerzo no serviría de mucho, puesto que hacen falta medidas muy potentes, a nivel general. De cualquier modo, y a pesar de lo que pueda pensar el presidente de los Estados Unidos, todos podemos poner nuestro granito de arena, pues en la fórmula para frenar el calentamiento global solo caben sumas. Restar fuerzas en un momento clave es una malísima opción.