La caída de los blockbuster: ¿por qué a ‘Terminator: Dark Fate’ no le va bien en taquilla?

Terminator: Dark Fate tenía todo para convertirse en un fenómeno de taquilla: un reparto de lujo, la reinvención de una franquicia que ya había demostrado su arraigo en el gusto del público y sobre todo, una campaña publicitaria que dejó claro que sería una secuela a toda regla de la ya icónica Terminator 2: Judgment Day de James Cameron. La película más popular de la saga y sin duda, la mejor considerada por la crítica. Para el momento de su estreno, había un estimado de que el film del director de Deadpool bien podría llegar al ansiado primer lugar de taquilla sin demasiados problemas y, además, convertirse en el nuevo capítulo de futura trilogía.

 

Y lo logró: Dark Fate se convirtió en la película más vista del fin de semana, pero con una reducida recaudación de 29 millones de dólares, lo que le convierte en un virtual fracaso si se analizan con cuidado las cifras de producción. Con un coste de 185 millones de dólares, la película de Miller debía debutar con al menos 80 millones para considerarse un éxito doméstico. O al menos uno que pudiera recuperar la inversión con la recaudación internacional; donde alcanzó apenas 124 millones de dólares a pesar de la publicidad y la insistente campaña que anunciaba el regreso de uno de los universos distópicos más famoso del cine.

 

Pero la película no logró atraer al público a los cines dentro o fuera de Estados Unidos; a pesar de sus tibias críticas —que la consideraron lo suficientemente entretenida como para justificar el valor del boleto— está camino de pasar inadvertida en medio de los grandes récords taquilleros del año y sepultar definitivamente la franquicia. ¿Qué pudo haber ocurrido?

La respuesta es más complicada de lo que puede suponerse. Además, involucra no solo a Terminator como saga, sino su condición de blockbuster. Hagamos un análisis de ese extraño fenómeno que está volviendo cada vez más impredecible la relación entre el cine, las ganancias y el público.

 

Un desastre anunciado

Gabriel Luna as the Rev 9; Ectoskeleton, left, and Endoskeleton, right, star in Skydance Productions and Paramount Pictures’ “TERMINATOR: DARK FATE.”

En el 2001, la película Lara Croft: Tomb Raider dirigida por Simon West se convirtió en un inmediato éxito de taquilla. En parte por la presencia de una Angelina Jolie en plena forma y de la publicidad a su alrededor, que atrajo a los fans de los videojuegos homónimos y también a los de la actriz. Una extraña combinación que convirtió el deficiente film en un producto rentable. Como suele ocurrir, de inmediato se comenzaron a llevar a cabo los preparativos de una secuela con una historia más densa, meditada y con la intención de apartarse del espectáculo vacío y frenético de la original.

Se esperaba que The Cradle of Life, de Jan de Bont, estrenada en el 2003 fuera un éxito de taquilla tan resonante como culminar en una trilogía o mejor aún, en una franquicia en que la mera presencia de Angelina Jolie asegurara una serie de films rentables a un costo no tan elevado. Pero para sorpresa de los analistas de la industria, la película fue un fracaso resonante. Para buena parte de los medios especializados, el llamado efecto Tomb Raider describe esa curiosa consecuencia expeditiva de cuando una película previa puede demoler las posibilidades en taquilla de la que le sigue, no importa su calidad como producto individual.

Lo anterior es lo que parece haber ocurrido con Terminator Dark Fate: luchar contra la indiferencia de un público que aún tiene muy fresco la ínfima calidad de Terminator: Salvation (2009) de Joseph McGinty Nichol y Terminator: Genisys (2015) de Alan Taylor. Ambas tuvieron recaudaciones considerables en taquilla, pero fueron desastres de argumento de crítica. Sobre todo la muy reciente de Taylor, que intentó usar el recurso de la nostalgia con un envejecido Arnold Schwarzenegger y convertir la trama en un mediocre juego temporal sin demasiado sentido. Se trató de proyectos fallidos de origen, que capitalizaron el nombre de la saga y, además, utilizaron sus mejores —y más reconocibles elementos— de manera indiscriminada para atraer al público en taquilla.

 

La película de Joseph McGinty Nichol prometía narrar la transformación de John Connor — interpretado por un desanimado Christian Bale — de un hombre corriente en un líder mesiánico. El resultado fue un film que narraba la historia de un líder semi mesiánico, torpe en medio de una batería de efectos especiales de mediana factura, lo que la convirtió en una confusa colección de escenas sin mayor profundidad argumental.

Años después, la película de Alan Taylor intentó utilizar la celebridad instantánea de Emilia Clarke, además de tirar de los hilos de la nostalgia para crear una historia alternativa de la franquicia que replanteó el argumento original de manera torpe y al final, por completo innecesario.

De modo que el anuncio de una nueva película, que más o menos mostraba la misma historia de Genisys y a Linda Hamilton como una promesa vaga de “recuperar” la historia original, se convirtió de origen en un posible fracaso anunciado que nadie quiso admitir de inmediato. Parecía del todo imposible que el público no sintiera curiosidad por conocer la historia de la mítica Sarah Connor contada por su actriz original y mucho menos, junto a Arnold Schwarzenegger, que volvía a recuperar su papel de Terminator casi en las mismas condiciones de Genisys.

 

Como si eso no fuera suficiente, había la promesa de un tono más “moderno” y feminista, que convirtió el futuro de la película en una agria discusión entre fans en redes sociales. Al final, Dark Fate llegó al cine como una propuesta de confiar en la buena voluntad de los seguidores de la franquicia, solo que esta vez el truco no funcionó. Los resultados en taquilla de la película demuestran que el público simplemente no acudirá a las salas por una franquicia exitosa, solo por la nostalgia o incluso atraídos por la promesa de una aventura visual asombroso. Y se trata de una idea que Hollywood debe manejar a partir de los resultados de sus tres estrenos de final de año que hasta ahora, se han convertido en desastres efímeros.

El innecesario gemelo: una bomba en taquilla

Durante buena parte del año, Gemini Man de Ang Lee se convirtió en objeto de curiosidad de los medios especializados y amantes de los efectos especiales, por su promesa de utilizar tecnología de punta con una historia de detectives, que, además, estaría protagonizada por Will Smith, que venía un éxito considerable con Aladdin de Disney. El argumento cuenta la historia de un hombre que debía enfrentarse a su versión más joven en medio de lo que se suponía, era una singular y efectiva combinación entre los mejores efectos especiales del mercado y un guión lo suficientemente sólido como para no pasar desapercibido entre semejante juego digital.

Pero el film del oscarizado Ang Lee también tropezó en taquilla y a diferencia del de Miller, no despertó el menor interés del público, que la relegó en el fin de semana de su estreno a un invisible tercer lugar logrando recaudar apenas$ 20 millones de dólares, cuando necesitaba llegar al menos a los 70 para considerarse rentable. El argumento blando combinado con el despliegue torpe de efectos especiales, convirtieron al más reciente film Smith en uno de los fracasos más sonados de su carrera sino uno, que pone en entredicho su condición de super estrella.

Por supuesto, no se trata sólo de la decepción taquillera, sino la pregunta que engloba el motivo por el cual, la película no logró despertar el más mínimo entusiasmo en un público de fin de semana sin exceso de competencia y ser un desastre taquillero de semejantes proporciones.

La respuesta radica en algo mucho más simple de lo que podría suponerse: el desastre taquillero tiene inmediata relación con la incapacidad de los estudios de crear películas rentables basada en la calidad, antes que en trampas de nostalgia o de tecnología pura y dura. Por supuesto, a eso habría que añadir que los costos de las producciones convierten a cualquier blockbuster en la posibilidad de un fracaso por su virtual incapacidad para recuperar costos a menos de convertirse en fenómenos de boletería, algo que se está convirtiendo en una tendencia cada vez más peligrosa en el cine.

 

Tanto Dark Fate como Gemini Man, tuvieron costos de producción que rebasaron los cien millones de dólares, sin contar el marketing asociado. Para ser un producto rentable, deben recaudar el triple de esa cifra, lo que les pone en la complicada situación de tener que enfrentar el altísimo riesgo de ser un fracaso de taquilla incluso, llegando al ansiado primer lugar de fin de semana, lo cual es el caso de Dark Fate.

De modo que además del cansancio del público por una franquicia que ya dejó de interesar al grueso del gran público, la película de Miller tuvo que lidiar con un costo astronómico que debía recuperar al menos en parte en las tres primeras semanas de estreno, algo que no ocurrirá y que convierte a la película en un producto problemático con la que industria no sabe muy bien como lidiar.

¿Se debe asumir que la franquicia ya no tiene el arraigo que solía tener? ¿O permitir a la historia y a sus personajes un período de silencio lo suficientemente largo como para renovar la atención pública a su alrededor? No hay una respuesta clara, pero lo que si es un hecho claro, es que el fracaso de Dark Fate, abre una serie de cuestionamientos sobre variables del mercado que hasta ahora, se daban por seguros pero que no parecen en realidad, influir demasiado en el resultado taquillero.

China, las estrellas y otros mitos:

Durante la última década, los estrenos en territorio chino han logrado convertir fracasos domésticos de taquilla en negocios redituables e, incluso, con un considerable margen de ganancia. Warcraft ganó 219 millones de dólares en 2016 en China, lo que le convirtió en un éxito apreciable a pesar de las críticas demoledoras. En el mercado estadounidense, la película fue una bomba taquillera. Algo semejante ocurrió con X-Men: Apocalypse, que ganó 121 millones en el país y que, junto con la recaudación internacional, la convirtió en un improbable éxito de taquilla con $ 500 millones en recaudación. Pero en el caso de Gemini Man y Dark Fate, el efecto fue al contrario: al parecer, las audiencias chinas reaccionaron como las occidentales ante películas que no tenían otro aliciente que un nombre reconocido y la promesa de una maravilla visual. En ambos casos resultó publicidad barata más que cualquier otra cosa.

 

Paramount Pictures

Eso nos lleva al punto más complicado del panorama: las estrellas “taquilleras”. Resulta complicado predecir qué actor o actriz puede asegurar un éxito de taquilla en la actualidad. Especialmente en 2019, en el que todos los pronósticos terminaron resultando equivocados o en el mejor de los casos imprecisos. Will Smith tuvo un éxito taquillero con Disney, pero no logró despertar el interés en Gemini Man, lo que hace complicadas las predicciones del venidero estreno de la tercera parte de la franquicia Bad Boy en enero del 2020, que también protagoniza.

 

Tampoco logró el interés del público apelar a la nostalgia: la combinación Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton parecía imbatible, pero no solo no lo fue, sino que parte de las críticas que debió soportar Dark Fate se basaban en el hecho de que ambos actores carecieran de verdadero entusiasmo en sus respectivos papeles y una notoria falta de interés en crear algo más que una actuación plana y un tanto errática.

¿Terminó la época de los blockbuster? Con el género de superhéroes en pleno apogeo y lo que parece ser una lucha de titanes entre Disney y el resto de los estudios, los proyectos de mediano interés están condenados a batallar en condiciones desiguales, lo que sin duda también es una variable a tener en cuenta. Y una de especial importancia.

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