El cambio climático podría reabrir una tumba radiactiva de la Guerra Fría

Uno de los personajes infantiles más entrañables de la actualidad, Bob Esponja, vive, como todo el mundo sabe, “en una piña debajo del mar”. A su vez, su hogar se encuentra en Fondo de Bikini, una ciudad ficticia que, en realidad, está basada en un lugar real, con una triste historia a sus espaldas: el atolón de Bikini.

Fue allí donde en 1954 estalló Castle Bravo, una de las bombas que formaron parte de las pruebas nucleares llevadas a cabo por el ejército de los Estados Unidos entre los años 40 y 50. En total fueron 67 las explosiones que azotaron las islas Marshall, dejando sobre ellas un rastro de radiactividad que causaría la muerte de muchas personas, tanto en ese momento como en los años posteriores. Tales fueron las consecuencias que en los años 70 se tomó la determinación de sepultar escombros de tierra irradiada de seis islas diferentes, junto a varias toneladas de arena contaminada de Nevada, en un pozo gigante, ubicado en las islas Runit, que luego fue cubierto con una especie de cúpula gigante, a la que bautizaron como Runit Dome, aunque a día de hoy es más conocida como “The Tomb”. Así pretendían poner fin a la pesadilla que supusieron las pruebas nucleares, pero en la actualidad aquel mal sueño puede convertirse en mucho más que eso, por culpa del cambio climático, según han hecho ver desde Los Angeles Times, en un reportaje para el cual han contado con las investigaciones de un equipo de científicos de la Universidad de Columbia.

 

La cúpula se resquebraja

Durante cinco viajes a las islas, los investigadores detrás de la noticia comprobaron que una serie de grietas se estaban abriendo en la cúpula, de 45 centímetros de espesor y 115 metros de diámetro. Estas aperturas parecían estar empeorando a medida que subían las temperaturas y, además, comenzaban a propiciar que el material radiactivo “sangrara” a las aguas circundantes. Como resultado, está teniendo lugar el blanqueamiento de grandes extensiones de coral, así como la muerte de peces y floraciones de algas en las zonas cercanas. Es una situación que irá complicándose también a medida que vaya subiendo el nivel del mar, si no se hace nada para solucionarlo.

 
 

El problema es que las medidas de contención parecen encontrarse en un limbo legal, entre las autoridades que actualmente gobiernan la zona y las de quienes ocasionaron la catástrofe. Y es que, si bien en el momento de las pruebas las islas Marshall pertenecían a los Estados Unidos, en 1986 lograron separarse como nación independiente. Entonces el país norteamericano firmó un acuerdo para encargarse de pagar el reasentamiento y la atención médica para las comunidades afectadas por las pruebas nucleares. No obstante, se niegan a tomar cartas en el asunto de “The Tomb”, puesto que consideran que a día de hoy se encuentras en suelo de las islas y debe ser el gobierno de las mismas el que se haga cargo. No está de acuerdo con ello la presidenta de las mismas, Hilda Heine, quien protestó en el reportaje de The Angeles Times, alegando que ellos no construyeron la cúpula y que la basura que hay en su interior tampoco es suya.

Está claro que en eso tienen toda la razón, pero debería decidirse lo antes posibles quiénes serán los encargados de buscar una solución, pues el clima no perdona ni espera y la situación podría ser insostenible pronto. El legado de aquellas bombas sigue oculto en todas partes, desde el hielo de la Antártida, hasta las profundidades de la islas Marshall. Ahora, otra consecuencia de la irresponsabilidad humana, el cambio climático, puede devolverlo a la superficie. Los errores se acumulan.

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