Comer saludable o cuidar el planeta: ¿Es posible hacer ambas cosas?

Nuestro planeta está haciendo evidente cada vez más los efectos que ha causado el cambio climático. Los excesos que la humanidad ha cometido para vivir cómodamente comienzan a pasar factura y ya se hace urgente frenar el aumento de la temperatura global, por lo cual se hace necesario hacer una revisión de la huella de carbono que dejan todas las industrias, entre ellas la de la alimentación.

La desigualdad social y económica ha dado pie a la desigualdad nutricional entre los países del mundo, mientras tenemos altos índices de obesidad y sobrepeso en países ricos, las naciones de bajos y medios ingresos registran preocupantes índices de desnutrición. Ante esta realidad surge la interrogante de si es posible que la humanidad tenga una alimentación balanceada sin hacerle daño al planeta. De eso hablaremos a continuación.

La necesidad por encima del hambre

Tomemos por ejemplo las zonas costeras al norte de Mombasa, Kenia. Sus aguas son una fuente maravillosa de peces, moluscos y otras especies comestibles. Contrario a lo que podríamos pensar, los niños que viven junto a estas zonas raras veces se alimentan de pescado, a pesar de que sus padres pescan cientos de kilos todo el tiempo. De hecho, la mitad de estos niños han presentado un crecimiento atrofiado.

Su dieta, lejos de incluir los frutos del mar, está basada en un alimento llamado ugali —preparado con harina de maíz y agua— y plantas. ¿La razón? Los padres que están en la industria pesquera encuentran más rentable vender lo que pescan en lugar de comérselo.

Para la investigadora en salud pública de la Universidad Washington en St. Louis, Lora Ionnotti, este escenario se presenta como la oportunidad perfecta de probar una estrategia para mejorar la alimentación de los habitantes de manera sustentable. 

A young child is weighed on some scales in a village in Kenya
En Mombasa, Kenia, un grupo de investigadores hace un experimento para probar que una dieta balanceada y la educación alimentaria influyen positivamente en el crecimiento de los niños. Foto: Lora Iannotti

El experimento consiste en dotar de trampas mejoradas para pescar —tienen pequeños orificios para que las especies pequeñas puedan escapar y así mejorar la salud de los océanos y corales— y un programa de educación nutricional, más una dieta balanceada para la mitad de las familias de Mombasa para evaluar si mejora el crecimiento de los niños.

Una dieta balanceada en nutrientes, dinero y cultura

La necesidad de tener una alimentación saludable y consciente con el planeta ha crecido sustancialmente durante los últimos años. Para 2017, las dietas no balanceadas provocaron más muertes que ninguna otra causa, incluyendo el cigarrillo. Además, el mundo parece occidentalizar su dieta cada vez más, lo cual requerirá un aumento de producción de carnes, lácteos y huevos al menos en un 44% para 2050.

Pasa que esto no es sostenible para el medio ambiente, puesto que actualmente estas industrias tienen una huella de carbono muy negativa para el medio ambiente: utiliza el 70% del agua dulce del planeta y el 40% de las tierras, sin mencionar el uso de los fertilizantes que no solo son tóxicos para el consumo humano, sino que también interrumpen el ciclo natural del nitrógeno y del fósforo.

La dieta EAT–Lancet: ¿La salvación para el planeta?

Ante esta realidad, un grupo de científicos creó en 2019 la dieta EAT–Lancet, que consistía principalmente en comer más plantas de manera diaria y una pequeña cantidad de carnes o pescado ocasionalmente. De hecho, se creó el término “flexibletariano” para las personas que consumían esta dieta, pues básicamente era vegetariana con algunas excepciones carnívoras.

Claro que a simple vista esta dieta tiene aún detalles por mejorar, pues a largo plazo y en macro no es muy práctico, pues hay limitaciones económicas y culturales para llevarla a cabo. Muchos alimentos recomendados por la dieta EAT–Lancet —nueces, pescados, huevos y lácteos— son inasequibles para personas de bajos ingresos, además de no estar disponibles en ciertas regiones.

Una dieta saludable que sea sustentable para el planeta no es fácil de lograr pero no es imposible. Investigadores recomiendan tomar en cuenta factores como la economía y la cultura para hacerlas más accesibles para todos. Foto: Dose Juice, Unsplash
 

Como ejemplo podemos tomar el experimento que la investigadora Patricia Eustachio Colombo está desarrollando en escuelas de Suecia. Este experimento nace de un algoritmo que arroja recomendaciones para hacer una dieta más nutritivo y amigable con el medio ambiente. 

Por lo básico, comenzaron por modificar ligeramente los guisos que sirven en las primarias al disminuir la cantidad de carne y aumentar los vegetales. Ni los padres ni los estudiantes fueron notificados del cambio, que fue tan sutil que ni siquiera lo notaron. De esta manera lograron crear un alimento más saludable y que generaba menos desechos que lo habitual.

Parámetros diferentes, resultados parecidos

En este caso, la dieta que Colombo y sus colegas idearon para su experimento varía mucho de la EAT–Lancet, en cuanto a que es mucho más económica y contiene más alimentos almidonados como la papa, que es un ingrediente básico en la dieta sueca diaria. 

Esto es positivo, pues significa que los parámetros de la dieta pueden variar sustancialmente para hacerla más asequible y culturalmente aceptable, obteniendo el mismo beneficio nutricional y ecológico que la EAT–Lancet quiere lograr.

Investigadores en otras partes del mundo han tratado de replicar los parámetros de la dieta EAT–Lancet con ligeras modificaciones, pero siempre surgen detalles a mejorar. Como conclusión, comer saludable mientras se es amigable con el planeta es costoso para la humanidad, pero siempre se puede ajustar en relación con diversos factores locales para hacerla posible.

Lo importante es montarse en el camino para hacerlo posible. Un dato final: a pesar de ser costoso, las dietas que incluyen más vegetales en su menú sí que ayudarían en un 50% a alcanzar la meta del Acuerdo de París a mantener el aumento de la temperatura global en 1.5°C.

¿Estarán las industrias ganaderas y agricultoras contentas con estos hallazgos? Realmente no, pero urge reajustar nuestro sistema alimentario si queremos alargar la estadía de la humanidad en el planeta. Ante una realidad como la que tenemos frente al cambio climático el cambio es inevitable.

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