¿Distancia social para siempre? Esto buscan las personas que no quieren olvidar el confinamiento
El confinamiento causado por el Covid-19 terminó hace casi un año, y con él, muchas medidas de bioseguridad dejaron de ser obligatorias, como el uso de mascarillas o la distancia social. Pero la incertidumbre sobre cuándo acabará la pandemia ha cambiado por completo la estructura social a la que una vez llamamos “normalidad”. Y como resultado, todavía hay personas que necesitan mantener la distancia social siempre que sea posible.
Nos gustaría pensar que esta medida de aislamiento social es algo temporal, hasta que el virus del SARS-CoV 2 desaparezca por completo de nuestras vidas. Tal y como lo hicieron otros síndromes respiratorios a lo largo de la historia. Sin embargo, varios estudios psiquiátricos sugieren que al menos el 13% de las personas no planea reanudar su vida anterior a la pandemia.
¿Por qué? Simplemente porque ahora disfrutan del distanciamiento social.
El confinamiento dejó un barrera invisible en nuestra mente
Aunque la cuarentena haya popularizado la palabra “distancia social”, esta práctica siempre ha existido en nuestra cabeza sin pretenderlo.
Cada uno de nosotros suele guardar cierta distancia física para con los demás, dependiendo del contexto en el que estamos o de la confianza que nos genera esa otra persona. En psicología, esto se conoce como “espacio personal” o “zona confort”, y determina nuestra conducta social.
No es lógico mantener una distancia de 3 metros con un amigo íntimo o una pareja, así como tampoco lo es estar a 30 centímetros de un desconocido que nos genera angustia. Esto debido a que cada uno tiene patrones inconscientes de proximidad o lejanía para asegurar su bienestar. En concreto:
- Una zona íntima, de los 15 a los 45 centímetros. Dedicada a la familia, la pareja y los seres queridos (incluidas mascotas).
- Una zona personal, de los 45 centímetros a los 1,2 metros. Utilizada para relacionarnos con conocidos o vecinos durante las reuniones sociales.
- La zona social, de los 1,2 a los 3 metros. Destinada a mantenernos alejados de los desconocidos.
- Y una zona pública, superior a los 3 metros. Distancia que usamos cuando estamos frente a grupos numerosos.
Estas pequeñas “barreras invisibles” nos dan seguridad y comodidad, por lo que son vitales dentro de la sociedad. Tanto para transmitir lo que sentimos por otra persona, como para aliviar nuestra mente. Pero la pandemia alteró nuestra percepción compartida del espacio personal.
Para protegernos del Covid-19, los gobiernos impusieron una distancia social mínima de 2 metros para cualquier persona que no perteneciera al grupo familiar. En consecuencia, comenzamos a acostumbrarnos a esa nueva medida de proximidad, y olvidamos las otras.
Durante el confinamiento, los científicos del Hospital General de Massachusetts confirmaron que el Covid-19 había aumentado excesivamente las necesidades de espacio personal. Ahora, muchas personas se sentían mejor estando lejos de zonas concurridas como los restaurantes, los cines y los centros de ocio. E incluso aplicaban estos patrones inconscientes de aislamiento en el mundo virtual. Con lo cual los expertos concluyeron que la “distancia social para siempre” era un efecto más de lo que se conoce como covid prolongado.
¿Por qué las personas quieren seguir manteniendo la distancia social?
Quizás este comportamiento nos resulte absurdo ahora que el riesgo de contraer o transmitir Covid-19 es insignificante. Sin embargo, las posibilidades de infección no son lo que motiva a estas personas a poner barreras sociales. El miedo, la ansiedad y la comodidad sí.
La Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos reveló que hay personas que todavía están asustadas por el Covid-19, después de tres años de pandemia. Esto mediante una encuesta que se realizó a principios del 2022.
“Para mí, eso es una indicación de que los temores de infección están en la mente. Más que riesgo, creo que hemos visto un aumento en la ansiedad social y la ansiedad por la salud como resultado de la pandemia”.
Thea Gallagher, profesora en el NYU Langone Health
Muchos han desarrollado ansiedad generalizada a consecuencia de este temor por el Covid-19. Una condición mental que les impide volver a tener relaciones cercanas, pues aumenta el temor a ser observado y juzgado por los demás.
Por el contrario, hay otras personas que no se guían por las emociones negativas, sino por lo bueno que es conservar la distancia social por siempre. Esto debido a que se sienten más cómodos estando solos o trabajando desde casa.
Y finalmente, existen personas mayores e inmunocomprometidas que piensan que una mayor distanciación puede ayudarles a reducir su riesgo inmunológico. Es decir, la posibilidad de contraer enfermedades graves como el asma o las infecciones bacterianas por culpa del mal funcionamiento de sus anticuerpos al estar cerca de otras personas.
Todos ellos son grupos sociales que, por una u otra razón, quieren seguir alejados del trabajo, los espacios públicos y los eventos sociales. El problema es que desconocen lo peligroso que es prolongar la distancia social por siempre.
Los contras de una distancia social prolongada no siempre son físicos
Actualmente se piensa que la distancia social solo afecta a las relaciones interpersonales, pues nadie quiere estar con una persona a la que le disgusta ir al cine o recibir un abrazo. Sin embargo, hay otros aspectos de nuestra vida cotidiana que también podrían verse perjudicados por esta práctica.
Por ejemplo, nuestro vecindario. Los edificios en las grandes ciudades están diseñados sobre la base de un espacio personal normal, por lo que aumentar la distancia entre unos y otros puede afectar la economía global. Se necesitarían habitaciones, escuelas y oficinas mucho más grandes para asegurar los 2 metros de distancia entre cada persona. Por no mencionar que dejarían de existir la mayoría de los transportes públicos terrestres (el autobús y el metro específicamente), por lo complicado que sería asegurar el distanciamiento de los pasajeros.
Aunque el mayor problema de la distancia social a largo plazo está vinculado a las ideas originales de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis que en el siglo XX dijo:
“Nuestras preocupaciones y creencias conscientes sobre nuestras vidas pueden influir en nuestro comportamiento cognitivo de maneras que no conocemos”.
Básicamente, la influencia de la pandemia en nuestra mente podría afectar también nuestra capacidad de interactuar con otras personas. Ya no solo porque disfrutemos esta idea de la “distancia social para siempre”, sino porque seremos verdaderamente incapaces de socializar.
La ansiedad es una emoción curiosa porque genera evasión. Evitar las cosas pequeñas por temor, puede ocasionar que las cosas grandes nos empiecen a dar temor también, hasta que llegamos al punto de no poder salir de casa.
Cuando comenzó la pandemia, se habló sobre personas con ansiedad que se sentían extrañamente preparadas, ya que llevaban años practicando el aislamiento social. Sin embargo, al levantarse las regulaciones de distancia social, estas personas volvieron a sentirse ansiosas.
Por ejemplo, una mujer de 46 años con un trastorno de ansiedad crónico se recluyó hace poco en su habitación. Solo su esposo y su hijo pueden visitarla.
De igual forma, Elinor Bock, fundadora y directora de Therapists of New York, aseguró que estuvo varias semanas procesando “la vuelta a la normalidad” antes de poder salir de casa.
“Mi sensación es que todo esto se ha movido muy rápido. La mente humana no es un interruptor de luz que se enciende cuando hay peligro, y se apaga cuando no lo hay”.
Elinor Bock
Por supuesto, hay personas que simplemente se han dado cuenta de que no les gusta estar rodeado de grandes grupos de personas. Pero, ya sea guiados por la ansiedad o por la preferencia, abandonar la sociedad es un error. Los seres humanos somos criaturas sociales que necesitan relacionarse con otros para aprender y entender sus emociones.
Así que intentemos comprender a aquellos que quieren vivir más recluidos de momento, porque no se sienten cómodos con la nueva normalidad. Pero también hagamos lo posible para que vuelvan a incorporarse a la sociedad. De lo contrario, este movimiento de “distancia social para siempre” podría afectar también nuestras vidas.