La historia del militar japonés que no creía en el fin de la II Guerra Mundial, pasó 29 años como guerrillero y fue localizado por un cazador del yeti

Por RT Internacional

Estaba seguro de que numerosos folletos que llegaron a la selva donde estaba escondiéndose eran una trampa del enemigo y esperaba una orden de su comandante para rendirse oficialmente.

La Segunda Guerra Mundial, que se cobró decenas de millones de vidas en todo el mundo llegó a su fin en 1945, con la capitulación de Japón. Pero no para el militar japonés Hiroo Onoda, que durante 29 años más estuvo librando una guerra de guerrillas en una selva de Filipinas, preservando la lealtad a su patria. ¿Cómo fue posible?

Luchar en todas las circunstancias

Onoda nació el 19 de marzo de 1922 en la localidad de Kamekawa, en la prefectura de Wakayama. Cuando tenía 18 años, se unió al Ejército Imperial Japonés y fue entrenado como agente de inteligencia.

El 26 de diciembre de 1944, fue enviado a servir a la isla filipina de Lubang para llevar a cabo una guerra de guerrillas con el fin de detener la invasión de los estadounidenses en la región. Según la orden que recibió para esa misión, debía continuar su lucha en todas las circunstancias y no debía rendirse en ningún caso.

“Se les prohíbe absolutamente morir por sus propias manos. Eso puede tardar 3 años, puede tardar 5 [años], pero en cualquier caso volveremos por ustedes. Hasta entonces, mientras tengan un soldado, deben continuar la lucha. Pueden tener que vivir de cocos. Si ese es el caso, ¡vivan de cocos! Bajo ninguna circunstancia deben renunciar a su vida voluntariamente”, ordenó el comandante de Onoda, el mayor Yoshimi Taniguchi.

Años en la selva

En febrero de 1945, las tropas de EE.UU. y sus aliados desembarcaron en la isla y la mayoría de los soldados japoneses se rindieron o murieron. Pero Onoda no se olvidó de la orden que recibió cuando fue enviado y estaba decidido a continuar con su lucha y, junto con tres compañeros de armas —Yuichi Akatsu, Shoichi Shimada y Kinshichi Kozuka— logró esconderse en una selva de Lubang.

En septiembre de ese año Japón capituló, pero muchos de sus soldados, al igual que Onoda, aún se encontraban en las islas del Pacífico, sin tener conocimiento del fin de la guerra. Con el objetivo de informarlos, numerosos folletos, que alentaban a las tropas japonesas a acabar con la guerra de guerrillas y salir de las selvas, fueron arrojados desde el aire sobre lugares donde podrían esconderse.

Sin embargo, el militar japonés, que también se topó con uno de esos folletos, decidió que se trataba de una táctica del enemigo, una trampa, y por eso no les creía. Considerando que la guerra todavía continuaba, el grupo de Onoda atacaba a residentes locales, a los que confundía con soldados enemigos, y unas 30 personas fueron asesinadas por ellos a lo largo de los años que pasaron enfrascados en su ‘misión’.

Además, llevaron a cabo incursiones en localidades cercanas, donde mataron vacas y robaron comida. Su dieta fue complementada con cocos y plátanos que encontraban en la selva.

En 1950, uno de los tres combatientes que estaba con Onoda se rindió a las Fuerzas Armadas de Filipinas. Tras este gesto, las autoridades de EE.UU. decidieron emprender un nuevo intento de persuadir a los guerrilleros de regresar a casa, pero en aquella ocasión no usaron folletos, sino fotos y cartas de sus familiares. Posteriormente, Onoda relató que al encontrarlas, pensó que miembros de su familia “estaban viviendo bajo la ocupación y tuvieron que obedecer a las autoridades para sobrevivir”. De esta manera, aquel intento tampoco dio resultados.

Otros dos soldados del grupo, Shoichi Shimada y Kinshichi Kozuka, fueron asesinados en 1954 y 1972, respectivamente, quedando Onoda solo. Cuando se descubrió que Kozuka llevaba años viviendo en la selva, en Japón surgieron suposiciones de que Onoda también podía continuar escondiéndose allí.

Orden para rendirse

En febrero de 1974, el aventurero japonés Norio Suzuki decidió viajar a Lubang para encontrar al guerrerillo. Afirmaba que quería encontrar “al teniente Onoda, un panda y al Abominable Hombre de las Nieves, en ese orden”. Y logró cumplir sus dos primeros propósitos. 

“Este chico hippie Suzuki llegó a la isla para escuchar los sentimientos del soldado japonés”, recordó Onoda su reunión. No obstante, el guerrerillo rechazó regresar a casa, aseverando que debía recibir una orden de su comandante para hacerlo.  

Entonces, Suzuki viajó de vuelta a Japón, donde encontró al ya exmilitar Taniguchi, y ambos, como parte de una delegación, se dirigieron a la selva en la isla filipina, donde Onoda, de 52 años, finalmente oyó la orden para rendirse. Esto provocó “una tormenta” dentro de él, admitió. “Gradualmente la tormenta disminuyó y por primera vez entendí realmente: mis 30 años como guerrerillo del Ejército japonés terminaron abruptamente. Esto fue el final“, relató.

De esta manera, el 9 de marzo de 1974 llegó a su fin la batalla que Onoda luchó a lo largo de 29 años.

La vida tras el regreso

En las Filipinas el japonés podría haberse enfrentado a la pena de muerte por los ataques que lanzó contra militares y policías y por haber matado a unas 30 personas y herido a 100 más, pero a petición de Tokio recibió el perdón y volvió a su país como un héroe.

“Tuve la suerte de dedicarme a mi deber en mis años jóvenes y vigorosos”, afirmó.

Más tarde se trasladó a Brasil y se dedicó a la ganadería en el país sudamericano. Sin embargo, en 1984 regresó a Japón y fundó una escuela donde enseñaba a los jóvenes japoneses a sobrevivir en la naturaleza y a proteger el medio ambiente. 

El 6 de enero de 2014 falleció a los 91 años por insuficiencia cardíaca. Su historia se hizo muy famosa en Japón y en el exterior y se convirtió en un ejemplo de lealtad, determinación y dedicación a sus valores.

Redactado por Daria Poliakova

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