¿Tendremos en 2022 un tratamiento para el COVID-19?
En este momento (noviembre de 2021) llevamos 21 meses de pandemia. Se podría suponer que una comunidad de investigadores médicos y científicos armados con información clínica descriptiva ya habría descubierto una gran cantidad de tratamientos para combatir definitivamente el COVID-19.
Sin embargo, en realidad solo contamos con una alternativa terapéutica de los años 60 (los esteroides) que solo mejora marginalmente los resultados para las personas que requieren tratamiento con oxígeno. Esto es apenas mejor que nuestra respuesta a la influenza en 1918.
Opciones de tratamiento
Durante los últimos 100 años la comunidad científica ha logrado avances significativos en la comprensión de los virus y la respuesta fisiológica del cuerpo a la inflamación resultante inducida por el patógeno, que es un importante predictor de morbilidad y mortalidad.
Aun así, y a pesar de que la presencia de una variedad de terapias antivirales y anticuerpos antiinflamatorios que, en el mejor de los casos, aportan una reducción en la carga viral o una pequeña eficacia clínica para algunos, nos encontramos en una situación en la que sería difícil afirmar que tenemos una sólida línea terapéutica para gestionar efectivamente esta y futuras pandemias.
Por lo tanto, a pesar de las vacunas, que han mejorado enormemente los resultados para las personas que viven en países de ingresos altos, aún se necesitan opciones terapéuticas. No se puede olvidar el hecho que no todo el mundo puede vacunarse y que algunas vacunas son más eficaces que otras, debido al desafío continuo que representan las mutaciones del virus.
El desarrollo de una estrategia para la farmacología y la terapéutica pandémicas es vital porque ya se han perdido meses de tiempo y cientos de miles de vidas, y seguimos sin opciones de tratamiento disponibles.
En este sentido, resultan reconfortantes los resultados de un estudio reciente que mostraron que la administración de fluvoxamina, un medicamento comúnmente recetado para la depresión, a las personas diagnosticadas con COVID-19 redujo la posibilidad de que los síntomas empeoren, necesiten ir al hospital y mueran.
Si bien este ejemplo representa una esperanza de que en 2022 los pacientes diagnosticados con COVID-19 cuenten con una alternativa terapéutica, a estas alturas deberíamos poder contar con múltiples tratamientos farmacológicos.
¿Podemos hacerlo mejor?
Al observar lo que ha funcionado, la respuesta es clara: el éxito se ha logrado cuando ha habido un sólido fundamento biológico y farmacológico, así como un conocimiento de cómo transferir esta información a los pacientes enfermos.
Está clara la necesidad de promover una mayor calibración estratégica de las ciencias terapéuticas y farmacéuticas existentes en una pandemia. La urgencia implícita en un entorno pandémico hace imperativo impulsar mejor la interfaz entre las tecnologías de la información, los datos administrativos, las ciencias farmacéuticas y la integración de estudios observacionales y ensayos controlados aleatorios.
Otra realidad revelada a la luz de la crisis del coronavirus, es la necesidad de que los países cuenten con sus propios centros de preparación para pandemias, los cuales les permitan efectuar una mejor coordinación de las prioridades de investigación.
Finalmente, el gran aporte de cometer errores es que nos muestran qué debemos corregir, y luego de lo observado en estos meses de pandemia, quienes dirigen la estrategia farmacológica y terapéutica deben tener una mejor visión y comprensión para solventar las necesidades insatisfechas.