No eduques a tu perro a gritos, te lo dice la ciencia

“La letra con sangre entra”. Afortunadamente, los tiempos en que los docentes aplicaban al pie de la letra este refrán han pasado y hoy en día la inmensa mayoría de educadores entienden que jamás debe enseñarse algo a través de la violencia. Todo esto hace referencia a las personas que enseñan a personas. ¿Pero qué pasa con los adiestradores de perros?

Tampoco es habitual que estos peguen a los animales, aunque sí que hay algunos que recurren al exceso de gritos como método educativo. Puede parecer que es la mejor forma de conseguir resultados; pero, en realidad, se consigue todo lo contrario. Esta es una de las conclusiones de un estudio recién publicado en el servidor de preimpresión bioRxiv, en el que también se muestran los efectos que esto acarrea a la salud mental de los canes, tanto a corto como a largo plazo.

 

Más estrés y peores resultados

En el pasado se han realizado estudios destinados a evaluar los efectos del trato estricto en el adiestramiento de perros. Sin embargo, los animales que participaban en estos trabajos eran animales policía o de laboratorio, de modo que se dejaba fuera a la inmensa mayoría de la población canina.

Por eso, la bióloga Ana Catarina Vieira de Castro, de la Universidad de Porto, en Portugal, decidió llevar a cabo junto a un equipo internacional de investigadores un estudio diferente, en el que los perros participantes se reclutaron directamente en centros de adiestramiento comunes. Concretamente, se contó con 42 canes de tres escuelas que basan el adiestramiento en recompensas y golosinas y otros 50, procedentes de centros que usan técnicas aversivas, como los gritos, los tirones de la correa o la manipulación física del animal.

 

Todos pasaron por los primeros pasos. En primer lugar, se les extraía saliva cuando se encontraban en casa, antes de empezar el entrenamiento. A continuación, una vez que este comenzaba, se grababan los 15 primeros minutos del mismo, durante tres sesiones. Y, para terminar, se volvían a recoger muestras de saliva, justo después del adiestramiento.

De este modo se observaron que los niveles de la hormona cortisol, relacionada directamente con el estrés, aumentaban notablemente después del entrenamiento en los perros procedentes de los centros que utilizaban métodos aversivos. Además, era más habitual detectar en ellos gestos asociados al nerviosismo, como los bostezos, el levantamiento de las patas o los aullidos.

 

Estaba claro que, a corto plazo, los gritos estaban siendo una fuente de estrés y malestar para los animales. ¿Pero había servido de algo? Para comprobarlo, los investigadores citaron de nuevo a los perros un mes más tarde. Setenta y nueve de ellos fueron entrenados para localizar un cuenco con una salchicha en un lado concreto de una habitación. Solo el que estaba en ese punto tenía el delicioso premio, mientras que otros recipientes ubicados en zonas diferentes de la estancia olían igual, pues se habían frotado con la carne, pero no tenían nada en su interior.

Curiosamente, los que 30 días antes se habían entrenado a través de golosinas y refuerzos positivos fueron mucho más diestros en esta nueva sesión de aprendizaje y encontraron rápidamente la recompensa. En cambio, los que habían aprendido a base de gritos se mostraban más recelosos y tardaban más en localizar la salchicha.

Por lo tanto, a muy corto plazo los gritos generaban un gran estrés en los animales, mientras que con el tiempo no solo no se relajaban, sino que se mostraban más desconfiados y tardaban más en aprender nuevos conocimientos. En definitiva, queda claro cuál es la mejor forma de enseñar a un perro. Al fin y al cabo, no es tan difícil. Insistimos en que son nuestros mejores amigos. ¿Trataríamos a gritos y malos modos a un amigo si quisiéramos que aprendiera algo? Si has respondido que sí, deberías hacértelo mirar. Si has dicho que no, no olvides tratar igual a tu perro.

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