Un sacrificio inimaginable

Hace más de 500 años, en lo que hoy es Perú, el pueblo chimú mató a 269 niños y niñas durante un ritual perturbador. La razón aún es un misterio. 

Dos universitarios –estudiantes de arqueología vestidos con batas y mascarillas– se tienden boca abajo a ambos lados de la tumba y empiezan a excavar con pequeñas palas.

Lo primero que aparece es la bóveda de un cráneo infantil cubierto con una mata de cabello negro. Los excavadores cambian las palitas por brochas y comienzan a retirar la arena suelta, con lo que exponen el resto del cráneo y unos hombros esqueléticos que sobresalen de una mortaja de algodón grueso. A la larga, emergen los restos de una diminuta llama con pelaje dorado acurrucada junto al niño.

Gabriel Prieto, explorador de National Geographic profesor de arqueología en la Universidad Nacional de Trujillo, se asoma al interior de la fosa y asiente con la cabeza.

“Noventa y cinco”, anuncia. Prieto lleva la cuenta de las víctimas y esta, identificada como E95, es la nonagésima quinta que desentierran desde 2011, cuando el arqueólogo empezó a investigar el sitio de enterramientos masivos. Al final, el lóbrego recuento en este y un segundo sitio sacrificial en las cercanías sumará un total de tres adultos y 269 niños de entre cinco y 14 años. Todas las víctimas murieron hace más de 500 años durante un ritual de sacrificio muy bien organizado y que quizá no tenga precedentes en la historia mundial.

“¡Esto es completamente inesperado!”, exclama Prieto, moviendo la cabeza con desconcierto. Esas palabras se han convertido en una especie de mantra que el arqueólogo y padre repite mientras intenta comprender el pavoroso hallazgo, en un sitio conocido como Huanchaquito-Las Llamas. En nuestra época y cultura, la muerte violenta de un solo infante es desgarradora y cualquiera se horrorizaría ante la imagen de un asesinato masivo. Por ello es necesario preguntar: ¿cuáles fueron las circunstancias desesperadas que justificaron un suceso que hoy nos parece impensable?

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